miércoles, 4 de octubre de 2017

Zizek, filósofo iconoclasta

Slavoj Žižek (nacido en 1949) es un polémico filósofo esloveno, iconoclasta, que combina el análisis marxista con el psiconanálisis lacaniano para criticar las principales tendencias ideológicas del capitalismo actual. Es un agudo crítico de las corrientes de pensamiento posmoderno y de estudios culturales, corrientes a las que acusa de hacer el trabajo ideológico del capitalismo, desviando la atención de los conflictos originado por el modo de producción capitalista hacia otros conflictos (“sexualidad, género y raza, la nueva trilogía sagrada”), en un proceso que termina por ocultar la auténtica naturaleza del mercado como institución que permite la explotación del hombre por el hombre y que nos lleva ciegamente hacia la catástrofe ecológica. Probablemente gracias a la combinación de crítica brillante y radical, humor grueso y provocación, está alcanzando altas cotas de popularidad, como prueba que tenga el hecho de que ya haya una revista dedicada su obra1, o que sus conferencias pueden generar una expectación que recuerda a la de una Rock&Roll Star2. El denso volumen de In Defense of Lost Causes es una recopilación de sus ensayos, que tratan sobre diversas cuestiones, dando una visión global de su pensamiento. Estos trabajos quedan unificados por lo que les da título: la defensa de causas perdidas, como la defensa de revoluciones que fracasaron. Recurre a la metáfora de que no debemos tirar al niño con el agua sucia, es decir, aunque esas revoluciones tuvieron un alto coste en vidas humanas y terminaron en sistemas políticos que detestamos, hay que saber apreciar cuáles fueron sus enseñanzas valiosas. Cabe empezar la reflexión política sobre nuestro tiempo asumiendo que las reglas básicas de nuestro modelo actual de sociedad siguen siendo las mismas que en época de Marx: un orden político que defiende la propiedad privada de los medios de producción y un sistema ideológico para el cual esta organización social es la más perfecta posible, y que, mediante el fetichismo de la mercancía, oculta las relaciones de explotación y dominación entre los seres humanos bajo la apariencia de que son formas naturales de relaciones sociales, que no admiten réplica. La presentación más acabada de esta ideología es el fin de la Historia de Fukuyama, en el sentido de que ya hemos descubierto las instituciones más perfectas posibles para gobernar la sociedad: la democracia liberal y el mercado, a lo que cabría añadir, la tolerancia multiculturalista. El éxito de la ideología dominante se debe en parte a que emplea los fracasos de los proyectos revolucionarios para convencernos de que es mejor construir un mecanismo ciego, el mercado, que nos lleva a la catástrofe ecológica y a la explotación humana, que emprender una acción colectiva y consciente para dirigir el mundo de forma reflexiva. Otra parte del éxito está en la defensa de una tolerancia multicultural vacía, incapaz de asumir el conflicto como un elemento esencial de las relaciones sociales. La expresión del éxito ideológico del capitalismo es la democracia liberal y el multiculturalismo tolerante. Incluso en las películas de Hollywood conspirativas, en las que las grandes empresas son las malvadas, quien la protagoniza vence a dichas empresas, pero siempre aprovechando las instituciones de la democracia liberal, que nunca es cuestionada. Los éxitos ideológicos son el resultado de luchas por la hegemonía, una hegemonía que impone sus propios dilemas. Actualmente el dilema impuesto es entre democracia liberal-multicultural e integrismo religioso totalitario. Este dilema deja fuera a la democracia radical igualitaria, que se opone a ambos términos de dicho dilema y que promueve la democracia secular radical. En cuanto al multiculturalismo de la tolerancia, señala su vacuidad, pues bajo argumentos universalistas esconde una moral tan particular como otras, pero sin reconocerse como tal. Pone el ejemplo de que en Islandia, para promover la tolerancia, el Gobierno financia a los “otros” (otras culturas, otras sexualidades, etc…) para que contacten con la población, y así, en cuanto ésta aprecie la humanidad de los “otros”, la tolerancia vencerá. Pero, ¿y si el otro es Hitler? Esta moralidad tiene elementos en común con su máximo enemigo: los fundamentalismos religiosos. No se ve a sí misma como un elección moral, sino como natural, sin necesidad de demostrase, se anula así el reconocimiento de que es una de creencia moral. El ejemplo que emplea para demostrar esta afirmación es la incapacidad para pensar las otras morales como autónomas, la dificultad para aceptar a quienes no comparten sus principios. Pone el ejemplo de los insultos a los judíos que profirió el actor Mel Gibson, insultos que sólo fueron perdonados por la comunidad judía estadounidense cuando se apuntó a una terapia. El razonamiento es el mismo que llevó a la psiquiatría soviética a tratar a los disidentes como esquizofrénicos, pues, si la URSS era un sistema perfecto, sólo un loco estaría en su contra. La tolerancia y el fundamentalismo religioso son incapaces de dar cuenta del conflicto político, pues tienen una visión orgánica y armónica del orden social, se apegan de tal forma a su creencia en el orden social que dan por supuesto que es natural, mientras que una de las características fundamentales de la auténtica democracia es el

reconocimiento (e institucionalización) del conflicto. Por ello, frente a la imposición de la corrección política como forma de pensar, Žižek propone el civismo (civility) como forma de comportarse: debemos tratarnos con respeto, al tiempo que asumimos que nuestra relación con el otro es conflictiva. Si no, el multiculturalismo deriva en la ignorancia o el odio mutuo, regulados por ley. Uno de los éxitos del capitalismo, resultado de los fracasos revolucionarios, es la condena como totalitaria de toda acción colectiva consciente cuyo objetivo sea imponer cierto control social. Ha ganado la visión liberal de que es mejor construir socialmente un mecanismo (el mercado) y dejarlo operar ciegamente, aunque nos lleve a la catástrofe ecológica o a crisis financieras cíclicas. Para que esto no suceda, necesitamos recuperar esa dimensión colectivista de los proyectos emancipadores. Podemos añadir ejemplos que Žižek no tiene en cuenta, como que el origen de la carrera espacial o de Internet no se debieron a la acción del mercado, sino a estrategias (militares) colectivas conscientes. También advierte contra el riesgo de convertir el ecologismo en una especie de nueva religión conservadora, que defiende que todo cambio es a peor y que la naturaleza no se puede manipular por el hombre. Para dar este paso colectivista sería necesario recuperar la figura del “gran Otro” (big Other), la instancia moral máxima ante la que se está dispuesto a tomar drásticas medidas. Dios, la Ciencia, la Historia… han ocupado el espacio del “gran Otro”, listado al que podemos añadir el Mercado. Según los posmodernos, ya no existe ese “gran Otro”, pero lo que sucede en realidad es que ha sido sustituido por muchos otros “pequeños”, con los que comparamos nuestros placeres y consumos. El “gran Otro” actual es “sé feliz y disfruta todo lo que puedas”. Otro éxito del capitalismo se muestra en que las nuevas tensiones ideológicas (etnia, sexualidad, género, religión…) desvían la atención sobre su naturaleza, la lucha de clases. El ejemplo más claro de esto probablemente sea el tratamiento de la inmigración. Se presenta como un problema de los nacionales contra los extranjeros. Pero no se tiene en cuenta que si los inmigrantes vienen es porque hay empresarios dispuestos a contratarlos (podríamos decir que es el único “efecto llamada” genuino, como está mostrando que los cayucos han dejado de llegar a nuestras costas cuando el paro se ha disparado…). Es decir, son las reglas del capital las que generan la inmigración, y las que producen divisiones entre nacionales y extranjeros. Para Žižek, oponerse al populismo racista con la apertura multiculturalista benevolente, obviando su componente clasista, es la más pérfida forma de lucha de clases antiproletaria. El resultado de tal perfidia es el de la transferencia de votos comunistas hacia populismos de derechas. El populismo de la inmigración, como otros populismos, evita el análisis de la complejidad de las relaciones sociales y culpa como causa de malestar social lo que en

realidad es un efecto (la inmigración) de otras causas que no se tienen en cuenta (desigualdad entre países, explotación laboral). La fuerza de este tipo de populismo está en que se apoya en “pseudo-experiencias” concretas populares, como son las diferencias visibles entre nacionales y extranjeros, frente a las argumentaciones y razonamientos más abstractos. En First as Tragedy, Then as Farce retoma el análisis del populismo, teniendo en cuenta el movimiento estadounidese del Tea party. Señala que las “guerras culturales” (en torno al género, al aborto, la libertad de expresión, la religión, la raza, etc., tan intensas en EEUU) son en realidad “guerras de clase” desplazadas, es decir, un síntoma del malestar de los perdedores, que ven su modo de vida amenazado, y en vez de cuestionar el orden capitalista miran a la moral conservadora como su salvación. Para luchar contra este entramado ideológico, Žižek revisa diferentes proyectos revolucionarios emancipadores: no todo fueron errores en la Revolución Rusa, la Revolución Cultural maoísta, la Revolución Iraní (de 1979) o la época del Terror de la Revolución Francesa, así como el papel de los intelectuales en su relación con los procesos revolucionarios, como Foucault o Heidegger (aunque en este caso sea de revolución fascista). De estas experiencias extrae un programa de acción radical y emancipador para el presente, que no cometa los fallos anteriores. Recurre a Alain Badiou, filósofo francés de tradición maoista, para destacar cuáles son los elementos que subyacen a los proyectos revolucionarios igualitarios, su “idea Eterna”. Esta “idea Eterna” se compone de cuatro elementos: la justicia igualitaria, el voluntarismo, el terror y la confianza en el pueblo. El nuevo proyecto revolucionario necesitará contar con estos cuatro elementos. Propone que la justicia igualitaria sea una cuota igual de consumo y contaminación para todos los seres humanos, acabando con el nivel creciente de explotación de la naturaleza. El voluntarismo sería una expresión de la voluntad colectiva que no esté pendiente de si se cumplen las condiciones objetivas de la revolución. El terror no es el GULAG, sino el castigo severo para quienes incumplan con la justicia igualitaria. Y la confianza en la gente se debe a que un proyecto de revolución racional es convincente, y, por tanto participativo. Por ejemplo, reivindica la figura del delator que denuncie como infiltrado a quienes incumplan los nuevos preceptos, como sucedió en el caso de estafa de la empresa Enron, o como propone la reciente Dodd-Frank Act estadounidense. Existe espacio para el cambio social radical, pues bajo el aparente equilibrio del fin de la historia hay tensiones que preparan el camino para la acción política radical de la “idea Eterna” de la revolución. Estas tensiones son las derivadas de la catástrofe ecológica que se avecina, la poca adecuación del concepto de propiedad intelectual al software (valiéndose de forma crítica del debate de los comunes y el trabajo cognitivo de Negri), las implicaciones éticas de las posibilidades de la ciencia y las nuevas

formas de apartheid, como la que sufren las poblaciones de chabolas en las barriadas del Tercer Mundo. Quizá una de las declaraciones más polémicas de Lost Causes sea la defensa del “humanismo estalinista”. En su búsqueda de los elementos a destacar de las diferentes experiencias revolucionarias, considera Žižek que el estalinismo resalta el terror, pero también el humanismo. Es decir, Stalin no emplea el terror como una forma puramente cínica de acumular poder, sino al servicio de unos ideales humanistas e ilustrados, la creación de una sociedad mejor para toda la humanidad. Este humanismo conecta la evolución de la URSS con el pensamiento ilustrado, y permitirá que surja la disidencia más adelante, o que la crisis de los misiles de Cuba no acabase en una Tercera Guerra Mundial. Este argumento se sostiene en hechos tales como el empleo de las mismas palabras tanto por la ideología oficial como por los disidentes (libertad real, solidaridad social, auténtica democracia…). En First as Tragedy, Then as Farce retoma varios de estos temas, de forma más ligera, y sin tanto tecnicismo filosófico, y los pone al servicio de dos cuestiones: interpretar la actual crisis económica y defender el comunismo. La principal novedad de que se centra en el análisis de la reciente crisis financiera, además del populismo de derchas en EEUU, como ya señalamos, o en Italia, comparando a Berlusconi con el Jocker del útlimo Batman, que, como Putin, controla una democracia vacía, adornada de patriotismo. El análisis marxista lleva el origen de esta crisis no está en detalles como las hipotecas basura, sino en la misma naturaleza de capitalismo, donde la lógica del dinero, en su dimensión financiera, desplaza a la lógica real de la producción (recordemos que el dinero que circula en productos financieros ha llegado a suponer más de 50 veces el PIB mundial). Retoma al Marx de Miseria de la filosofía para recordar que los economistas ortodoxos, más que científicos, son sacerdotes que buscan justificar que hayamos dejado el control de nuestras vidas a la institución social del mercado, y que intentan que creamos que es la forma más natural de gestión de la sociedad. Esto le lleva a profundizar en cómo la ideología liberal puede presentarse como “no-ideología”: el capitalismo no necesita ideología porque simplemente funciona. Muestra dos grandes corrientes en este mundo que se pretende post-ideológico, pero que precisamente por negar la ideología lo único que hace es mostrar su éxito, pues “creemos más de lo que creemos que creemos”. Es decir, dar por supuesto el fin de las ideologías no es más que la prueba de que una de ellas ha ganado la batalla. Una de las corrientes de éxito sería la cínica, que se desapega de las creencias ideológicas y simplemente reconoce el capitalismo en tanto que victorioso. En ella están muchos de quienes provienen de un pasado crítico. Por otro lado estarían los fundamentalistas religiosos, ya sea musulmanes o de otro tipo. Critica duramente los planteamientos

New Age o las apropiaciones occidentales de religiones asiáticas, pues no son más que creencias fetiche, es decir, creencias que permiten vivir en capitalismo haciendo creer que lo niegan; ante una moral expresamente contraria a la lógica del beneficio desarrollan prácticas sociales que en el mejor de los casos no obstruyen la lógica del capital. En este libro también señala la importancia del análisis de Luc Boltanski y Eve Chapiello a la hora de explicar los problemas ideológicos de la izquierda: en el 68 se separan dos líneas de ataque al capitalismo, por un lado, la crítica económica al modo de producción capitalista, y por otro lado, la crítica humanista, que denunciaba la alienación de una sociedad jerarquizada y patriarcal. El éxito de la crítica humanista ha llegado al punto de que los libros de gestión empresarial podrían estar escritos por los críticos del 68, pues defienden formas de organización empresarial donde la autonomía personal y el trabajo en equipos poco jerárquicos y participativos son necesarios en la vida empresarial. Sin embargo, la crítica económica fracasó. Podemos añadir que este fracaso es la causa de que la izquierda haya quedado desarmada para luchar por la hegemonía de la interpretación de la actual crisis. Žižek señala la importancia de la ideología ante la crisis con el ejemplo nazi: fueron capaces de imponer su diagnóstico y sus soluciones ante la crisis del 29, y conseguir gran apoyo social. A pesar de su programa de propuestas, especialmente en Lost causes, no se muestra muy positivo ante el éxito arrollador de la ideología capitalista, y considera que lo más probable es que a la salida de esta crisis tengamos un “capitalismo con rostro asiático”, es decir, un mercado con pocos derechos efectivos en política y en bienestar social. Como ha declarado, es más fácil concebir el fin del mundo, debido a una catástrofe ecológica, que el fin de capitalismo. Para concluir, cabe señalar que siendo Žižek un crítico del pensamiento posmoderno, utiliza sus estrategias, como la provocación (considera que el mejor sistema político es el comunismo con un poco de terror), la ironía, el sarcasmo, anécdotas impactantes, o la constante referencia a la cultura popular, especialmente al cine o a chistes soeces, en medio de disquisiciones sobre complejas cuestiones filosóficas. Quizá por ello, hay quienes prefieren catalogarlo de antiposmoderno, pues ni es posmoderno ni es moderno.




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