viernes, 6 de octubre de 2017

Blade Runner y Frankenstein

Las películas Frankenstein (Branagh, 1994) y Blade Runner (Scott, 1982) tienen muchas cosas en común y muchas diferencias. Entre las primeras, la que más destaca es que ambas hablan de las emociones humanas, auténtica base de la construcción social de la realidad (Gergen, 1994). Y entre las diferencias hay una significativa: el ser creado por Victor Frankenstein no tiene nombre; los de la Tyrell Corporation, sí…

Efectivamente, el sustrato de ambos films es el manejo de las emociones por parte de los seres no-humanos[1] que los protagonizan. La psicología popular asienta la personalidad –el yo- en lo emocional, en un intento de escapada de los determinismos genético, social y/o tecnológico. Parece que las emociones son difícilmente controlables por el poder y el orden establecido; también por los determinismos citados. Encontrar el equilibrio entre la rienda suelta y el control es encontrar la realización personal en el entorno cultural que a cada uno nos ha tocado –o hemos elegido- vivir. La pregunta –el sustrato de las dos películas- es, pues: un ser que no ha seguido los cauces naturales de concepción, desarrollo, socialización y culturización, ¿es humano, aunque llegue a parecerlo?

El complemento ideal a la sensación de individualización que da el manejo de lo emocional es el nombre; si es con apellidos, mejor. El ser creado por Frankenstein no tiene nombre; es anónimo. Los replicantes de Blade Runner tienen nombres y apellidos. En mi opinión, esta circunstacia atiende a diferencias en las dos épocas sociohistóricas que presentan las películas: la incipiente Segunda Revolución Industrial y la Postmodernidad[2]. La primera está intentando –mediante la ciencia- poner orden en el caos. Hay muchas cosas –incluso monstruosas- que aún no tienen nombre. Como tal, no existen (o, al menos, no deberían existir). La Postmodernidad está haciendo todo lo contrario: intentar descubrir cómo es el caos del orden heredado de la modernidad; el orden en el que todo tiene nombre y apellidos. Quizá demasiados nombres; quizá demasiados apellidos…

Ambas épocas históricas muestran macro-diferencias paradigmáticas (Kuhn, 1962) si las analizamos desde el punto de vista de las interacciones entre la ciencia, la tecnología y la sociedad. Es ya clásico el acercamiento a la dinámica epistemológica de la ciencia desde dos puntos de vista. a) El diacrónico -predefinido como el "contexto de descubrimiento"- hace referencia a la ciencia como proceso. b) El sincrónico -"contexto de justificación"-, a la ciencia como producto.

Si el enfoque de este ensayo debiera, en principio, fijarse más en el punto de vista diacrónico, es preciso también analizar el contexto de justificación, ya que los elementos de comparación son siempre en base a productos, elaborados, sin duda, durante un proceso.

El concepto de paradigma científico se presta a no pocas interpretaciones. El mismo Kuhn -quien lo introdujo por primera vez en su ya clásico "La estructura de las revoluciones científicas" (1962) lo utilizó en diferentes contextos y con significaciones similares aunque diversas. Para los objetos de este ensayo, focalizado desde un punto de vista macro, parto de la definición que el propio Kuhn reformula en 1974 (pág. 318): "Un paradigma es lo que los miembros de una comunidad científica, y sólo ellos, comparten". La cuestión, sin embargo, es que ahora, en la postmodernidad, no son sólo los miembros de esa comunidad especializada los que comparten las bases y consecuencias de la construcción científica, tecnológica y social. De acuerdo con las teorías de la Sociología Simétrica (Callon, 1992; Latour, 1991; Latour, 1994; Latour, 1999. Ver también Aibar, 1996; Aibar, 1999) todos somos actores-red. Todos –los antes sujetos y objetos- somos actantes (Latour, 1991; 1994); estamos inmersos en los procesos de producción y consumo por diferentes circunstancias, entre las que la más destacable es que el consumo en sí es, ahora, una forma de producción, siguiendo a De Certeau (1984). Producción difusa, incontrolable, silenciosa y casi invisible en tanto que se manifiesta no por la adquisición de los productos tecnológicos, sino por su uso y por la apropiación simbólica que de ellos se hace. Lo que las personas hacemos en nuestras vidas cotidianas ya no viene determinado por creencias religiosas o místicas –como en la época de Frankenstein, si exceptuamos a la comunidad científica-, sino que “Una parte importante de lo que en la actualidad se consideran principios de sentido común no es otra cosa que el conocimiento científico de ayer que ha adoptado una forma diferente” (Barnes, 1985, pág. 19), gracias, entre otros, a los medios de comunicación de masas.

¿Hay una revolución científica en el siglo XIX? ¿La hay en el Siglo XXI? De acuerdo con Kuhn (1987), es preciso diferenciar el cambio "normal" del revolucionario. El primero responde a una evolución lógica de la ciencia en cuanto a acumulación de saberes. Como resultado, los descubrimientos previos (contexto de justificación) no desaparecen ni se desestiman, sino que ven ampliado su alcance y generalización, incluso, a otros campos del saber. Es, pues, un proceso amplio y dilatado en el tiempo que se da en forma de adición.

La revolución paradigmática supone un cambio más radical y corto en el tiempo. El propio Kuhn (1977, pág. 249) afirma que "Las revoluciones....son episodios en que una comunidad científica abandona la manera tradicional de ver el mundo y de ejercer la ciencia a favor de otro enfoque a su disciplina, por lo regular incompatible con el anterior". Y más tarde (1987, pág. 59),


"Los cambios revolucionarios son diferentes y bastante más problemáticos. Ponen en juego descubrimientos que no pueden acomodarse dentro de los conceptos que eran habituales antes de que se hicieran dichos descubrimientos. Para hacer, o asimilar, un descubrimiento tal, debe alterarse el modo en que se piensa y describe un rango de fenómenos naturales."

La clave, pues y en mi opinión, está en que el cambio revolucionario se da si se observa una alteración significativa en el modo en que se piensa y describe algo. ¿Ha ocurrido esto entre principios del Siglo XIX y principios del XXI? En mi opinión, sí. Y seguro que esta opinión es compartida por muchos de mis coetáneos. Pero, ¿por qué?

Si los cambios -revolucionarios o normales- hacen referencia al contexto de justificación para analizar su presencia es preciso situarnos en el contexto de descubrimeinto, adoptando un punto de vista diacrónico ya definido. Es necesario, pues, establecer dos momentos de comparación, momentos que son los reflejados en las películas analizadas. Siguiendo a Estany (1999, pág 26), "Para detectar los cambios ocurridos en una disciplina es necesario hacer un estudio sincrónico de dos secuencias y sólo después podremos compararlas y decir qué ha cambiado" .

Y, probablemente, lo que ha cambiado es la propia definición de la(s) ciencia(s)… O sea, todo. Veamoslo.

El monstruo de Frankenstein. El discurso de la ciencia y la tecnología en la Segunda Revolución Industrial (los científicos y los productos científicos como artistas románticos)

La obra de Mary Shelley se inserta plenamente en el Romanticismo literario, aunque la escribió en los albores de la Segunda Revolución Industrial; y es en esta época histórica en la que se sitúan los hechos relatados en la película. Así, en la misma aparecen muchos de los avances tecnológicos producidos por la Primera Revolución Industrial y ampliamente usados en la Segunda; la electricidad y el vapor, por ejemplo.

En este entorno la ciencia es todo acercamiento metodológico al mundo, a la naturaleza en general considerada como algo externo a la construcción humana, que incremente el saber. “… se deriva de los hechos, en vez de basarse en opiniones personales.” (Chalmers, 1976, pág. xx). El fruto de este saber tiene aplicaciones prácticas materializadas en determinadas tecnologías. Ofrece “…una explicación completa y global del mundo que podía servir como alternativa válida (…) a la visión del mundo religioso…” (Barnes, 1985, pág. 14). Tanto ciencia como tecnología son atractivas “…para quienes valoraban la utilidad y encajaba con el enfoque utilitario de la vida de que hacían gala las nuevas clases sociales” (Barnes, íd.). No en vano, es a principios del Siglo XIX cuando el filósofo John Stuart Mill publica sus reflexiones morales en torno al utilitarismo (1984) como forma de alcanzar el bienestar, la felicidad…  

La institución científica (Aibar, 1999) está en pleno período académico. El científico –y todo lo relacionado con la ciencia- cumple con criterios de dedicación completa, especialización, formación específica y autonomía respecto a los poderes políticos y/o religiosos. Se ha superado el llamado “período amtaeur” de la ciencia, propio de los siglos XVII y XVIII; pero está lejos todavía del que conocemos como período profesional, el propio de la tecnociencia, en el que vivimos desde prácticamente mediados del siglo pasado. Se cumplen los criterios imperativos institucionales básicos (Aibar, 1999), a) Universalismo; b) Comunismo; c) Desinterés; y d) Escepticismo organizado. 

¿Cuál es, pues, el contexto en que trabaja Victor Frankenstein? Mecanización tecnológica insospechada unos años antes. Y curiosidad, querer saber más, para poder hacer más. No otra cosa eran entonces –y lo siguen siendo ahora, en muchos aspectos- la ciencia y la tecnología. Saber y hacer para llegar, incluso, a una de las más grandes aspiraciones del ser humano desde los tiempos de Prometeo: crear vida inteligente saliendo de los cauces de la naturaleza, o sea usando los de la tecnología previamente construida por los propios humanos. Alcanzar la inmortalidad.

Y lo consigue. Pero prácticamente solo. El científico de principios del Siglo XIX es –también- un héroe romántico. Evita el miedo a lo desconocido. Es un explorador de la amplitud del mundo natural. Y es un experimentador que no llega a calcular bien los resultados de sus experimentos. Victor se aleja de la academia, se esconde, se recluye. Se aisla de un discurso científico mecanizado, tecnológico y racional, pero que no es capaz de terminar con las enfermedades, con la peste… con la muerte.

Victor, impresionado por la muerte de su madre y por la caída de un rayo en un día de tormenta, se arropa en el utilitarismo. La búsqueda del placer, de la felicidad, no en un sentido puramente hedonista, sino en el de lo que ahora llamaríamos “calidad de vida” parece ser –y lo sigue siendo- uno de los objetivos de la ciencia. Y ¿qué mejor calidad de vida que vencer a la enfermedad y la muerte? Pero la academicidad no aprueba sus métodos y Frankenstein rompe con los criterios institucionales antes enumerados. Frente al universalismo, subjetiviza sus criterios. Frente al comunismo, los secretiza. Replica su experimento con el único interés de devolver la vida a su amada asesinada por su propia creación. Cree en la verdad absoluta de lo que su corazón –y su razón, y su experiencia- le dicen. Victor se sale de la normatividad científica y crea su criatura, en la honesta esperanza de contribuir a un mundo mejor primero; en el interés egoísta de volver a la vida al ser amado después. Pero, “Las creaturas que uno crea se vengan pidiendo y pidiendo sin parar” (Broncano, 2000, pág. 28). Y lo primero que pide la creatura de Frankenstein es la satisfacción de una emoción, el amor. No puede estar solo…

Esa búsqueda de la (in)satisfacción de lo emocional es la que desencadena la monstruosidad de la criatura, escapando al control de la institucionalidad social del momento. En cierto modo, cuando la ciencia se hace opaca, se “cajanegriza” (Latour, 1994), y “…In that sense they can become Frankensteinian monsters that run out of control. When institutions take over from people, people relinquish tehior responsibility. And that is when the worst damage is done” (Roszak, 1999, pág. 18), se inicia un nuevo período oscurantista ajeno a las intenciones fundacionales de la Ilustración: el conocimiento racional del mundo y la universalización del disfrute de las tecnologías.

En un aparentemente natural movimiento continuo, conforme los saberes y haceres se van haciendo más amplios van también guardándose en cajas negras, ajenas al devenir social de las personas que no son estrictamente miembros de la comunidad científica.

Un siglo más tarde –mediados del XX- el terror del Holocausto y de Hiroshima y Nagashaki, ampliamente divulgados por los –ya- mass media, hace, seguramente, que la confianza absoluta en las cajas negras de la ciencia se debilite, como Frankenstein debilita su fé de hombre científico/romántico cuando ve los resultados del monstruo que ha creado.

Y es entonces –mediados del Siglo XX- cuando empiezan a aparecer las primeras teorías sociológicas y filosóficas sobre la ciencia y la tecnología. Quizá un cambio de paradigma…

Los cyborgs de la Tyrell Corporation. El discurso de la ciencia y la tecnología en la postmodernidad (los científicos, los discursos y los artilugios tecnológicos como actores-red)

Los replicantes protagonistas de la película de Scott son cyborgs sin emociones con un pequeño error en su programación genéticocibernetica. Con el tiempo se emocionabilizan. Su mayor poderío físico y su igualación intelectual ante el humano les hace útiles. Su emocionalibidad, peligrosos. ¿Solución? Una intervención programática les hace morir a los 4 años de vida; antes de que el proceso de emocionabilidad culmine. Pris, Leon y Roy Batty escapan de la colonia donde están recluidos y vuelven a la Tierra, a la búsqueda de quienes les crearon. La criatura de Frankenstein quería amar. Las de la Tyrell Corporation ya aman. Lo que quieren es vivir.

Blade Runner es, probablemente y según algunos autores (Lyon, 1999), la primera y mejor película de la Postmodernidad. Seguramente refleja con bastante exactitud quiénes somos –biosociotecnólogos- en el mundo absolutamente mediado por los discursos científicos. A pesar de lo cual, nos cuesta bastante encontrarnos.

Pris se ha perdido, no tiene casa y es como huérfana, “No somos ordenadores, somos seres físicos. Yo pienso… luego existo”. Leon tiene miedo; Roy Batty también, “Es duro vivir con miedo, verdad?... en eso consiste ser esclavo”.

Rachael es una nueva versión del NEXUS-6, seguramente algo más domesticada. Desconocemos si ha sido reprogramada para controlar sus emociones. No sabemos si superará los cuatro años de vida. Pero hay dos cosas interesantes: a) es "More human than human" (Tyrell Corporation). Y b) "Commerce is our goal here at Tyrell". Pero Rachael no es objetivo de comercio, no está (I'm not) en el negocio. Ella es (I am) el negocio. Negocio de las emociones –objeto de estudio de la ciencia psicológica-, y negocio de la ciencia, de la tecnología y de sus discursos.

Todos somos ya negocio en el intercambio de emociones, discursos, conocimientos y habilidades. Todos somos, al tiempo, científicos y técnicos. Porque todos somos máquinas sociales. Somos ese cyborg descrito por Haraway (1991): narrativo, máquina, cuerpo, comunicación y evocación. Pensamos, existimos y vivimos con miedo, aún teniendo a nuestra disposición herramientas que nos acercan a la inmortalidad. Inmortalidad que, a diferencia de Frankenstein, no llegamos a alcanzar.

El sociólogo Ulrich Beck (1986) muestra que las medicinas que consumimos son máquinas. ¿Dolor de cabeza? Máquina aspirina. ¿Epidemia de gripe? Máquina de guerra vacunación viral. ¿Depresión? Máquina Prozac. ¿Impotencia? Máquina Viagra. ¿Ansiedad? Máquina Valium. ¿Trastornos psicopatológicos? Máquina terapia mediante la construcción dialógica basada en la más potente tecnología jamás inventada -fabricada- por los humanos, el lenguaje... Haraway (1991), en un excelente capítulo -del que sólo el título ya evoca inquietud, "La biopolítica de los cuerpos postmodernos: constituciones del yo en el discurso del sistema inmunitario"- de su magnífico libro referenciado al final, trabaja en una profunda crítica a la ciencia objetivista en el entorno socialmente construido de la máquina de muerte SIDA. No hablemos de otros diversos implantes no-humanos que cada día más se insertan en nuestro organismo humano (marcapasos, prótesis…).

Ahora estamos en plena era de la tecnociencia (ver Aibar, 1999). ¿Es distinto el año 2005 al 2019[3]? Seguramente no mucho. Seguramente todavía no somos replicantes NEXUS-6; pero –a la vista de lo que hacemos[4]- sí que somos un modelo experimental pre-NEXUS-1.

¿Diferencias entre Frankenstein y Blade Runner? Si en los párrafos dedicados a la primera prácticamente sólo he hablado del científico, del creador; ahora en las palabras recién escritas prácticamente sólo he hablado del producto, de la creación…

A modo de conclusión.-

El prestigioso sociólogo Pierre Bourdieu (2001, pág. 12) se pregunta,

“¿Cómo es posible que una actividad histórica, inscrita en la historia, como la actividad científica, produzca unas verdades transhistóricas, independientes de la historia, desprendidas de cualquier vínculo, tanto con el espacio como con el tiempo y, por tanto, válidas eterna y universalmente?”

El filósofo Jürgen Habermas (1984, pág. 21): afirma "Las reglas y normas no son algo que acaezca, sino que rigen en virtud de un significado intersubjetivamente reconocido."

La feminista radical y teórica de la tecnociencia Donna J. Haraway (1997, pág. 24) dice,

“… insisto en que las relaciones sociales incluyen a humanos y a no humanos como socios socialmente activos, o lo que es lo mismo para este extraño amontonamiento, como sociotécnicamente activos. Todo lo que es inhumano no es no genérico, ajeno al parentesco ni a los òrdenes de significación, ni excluido del comercio de signos y maravillas”.

Y la profesora Leopoldina Fortunati (2003, págs. 74-75) asevera que,

In highly industrialized countries, we are entering a third stage, distinguished by the fact we are investing technologically in the human body. (…) The symbiont, the individual-machine that lives both a human and un-human life, is the symbol of the new structure of social relations”.

Desde luego, el mundo –como muestra también Don Ihde (1990) en su descripción de la primera hora de la vida diaria de cualquier humano occidental- está absolutamente tecnologizado. Pero esto no es nuevo. Entiendo que la primera tecnología es el lenguaje. Mediante él el ser humano no sólo empezó a cambiar el mundo, sino a construirlo, a adaptarlo a sus formas de hacer, a sus caprichos y emociones, a su sociabilidad, en definitiva.

Desde que no somos pre-humanos ninguna revolución científica, ningún cambio de paradigma puede compararse a lo que sucedió cuando el primer homínido dijo la primera palabra, explicó la primera imagen. Todo lo demás –la escritura, la religión, la imprenta, las revoluciones industriales, internet, la generalización de los medios de comunicación- no son más que actualizaciones sociales de la primera tecnología que nos hizo auténticamente humanos.

Lo tecnológico –lo no-humano, lo no-natural- es simbólico; no tiene sustancia por sí mismo, como tampoco la tiene lo humano, lo natural. Ninguno de los dos son materiales, por eso son –somos- lo mismo[5], “… ellos son nosotros” (Latour, 1994, pág. 300).

Todos somos actantes, objetos-instituciones (Latour, 1994) evocados por la simbología sociotecnocientífica en que estamos inmersos. Lo que somos y lo que seremos no está determinado ni por el discurso de la ciencia (biología, por ejemplo), ni por el de la sociología (o la psicología social) ni por el de la tecnología (ingeniería genética, también por ejemplo). El actor-red  (los antiguos sujetos y objetos; los actuales actantes) es multidimensional y pluri-interaccional gracias, también, a las famosas Tecnologías de la Comunicación que se han insertado, sin darnos cuenta, en nuestra cotidianeidad, en la de todos. Y no nos hemos dado cuenta porque ahora –a diferencia del siglo XIX- ellas, repitiendo a Latour, son nosotros.

¿Es suficiente muestra de cambio de paradigma? Lo que importa no es si la tecnociencia es verdad o no. O si era más verdad la etapa académica de la ciencia. Lo importante es que entonces no había una metaciencia de la ciencia. Ahora sí, reflejada, entre  otras, en las teorías del constructivismo social de la ciencia y la tecnología; o en la sociología simétrica.

Pero hay más, el todavía héroe romántico/científico de la época de Victor Frankenstein tenía muy limitado su universo relacional. No tanto como en oscuras épocas anteriores a la Ilustración. Pero muy limitado. Vivía en un mundo –un poco poético, un poco místico- de descubrimientos apasionantes que le empujaban a querer crear cosas útiles, aunque muchas veces ajenas a él mismo. Hoy el científico es co-constructor –cyborg (Haraway, 1991); ingeniero-sociólogo (Callon, 1992)- de la realidad. “… la diferencia radica en que el último traduce, cruza, enrola y moviliza más elementos, más ìntimamente conectados y con un tejido social más sutilmente entretejido que el primero” (Latour, 1994, pág. 274, cursivas en el original).

Josep Seguí Dolz
València, 11/10/2005



“… me he esforzado en conservar la verdad elemental de la naturaleza humana, aun cuando no he tenido ningún escrúpulo a la hora de crear ciertas innovaciones dentro de las posibles combinaciones que dicha verdad admite. (…) … ni siquiera para el más humilde narrador (…) puede constituir un motivo de presunción excesiva el emplear en sus novelas ciertas libertades (…) que le hagan posible conseguir las sumblimes combinaciones de afectos humanos que brotan de las más hermosas páginas de la poesía”. (Mary W. Shelley en “Advertencia”; Frankenstein, 1817)

"I've seen things you people wouldn't believe. Attack ships on fire off the shoulder of Orion. I watched C-beams glitter in the dark near the Tanhauser Gate. All those...moments...will be lost...in time. Like...tears...in rain. Time...to die." (Roy Batty en Blade Runner, 2019)



Referencias bibliográficas.-

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Latour, Bruno (1999/2001). La esperanza de Pandora. Ensayos sobre la realidad de los estudios de la ciencia. Barcelona: Gedisa.
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Videografía.-

Branagh, Kenneth (1994). Mary Shelley’s Frankenstein. Columbia Tristar.
Scott, Ridley (1982). Blade Runner. Warner Brothers.

Formato de citación:

Seguí Dolz, Josep (2005). Frankenstein y Blade Runner. El discurso de la ciencia, de la tecnología, de los científicos, de los productos científicos. Publicado a través de Socioconstruccionismo. Accesible en: http://es.scribd.com/doc/63878251/Frankenstein-y-Blade-Runner.




[1] Permítaseme, por ahora, calificar a esos protagonistas de ambas películas como “no-humanos”. Más adelante, en este mismo ensayo, es muy probable que me desdiga de mi calificación…
[2] Soy consciente de que a mucha gente en nuestro entorno no le agrada este término (Aibar califica lo postmoderno como “una mera caricatura oportunista de la modernidad venida a menos”, 1996, pág. 28). Pero lo utilizaré como un término, digamos histórico, el plazo que va desde los años ochenta del Siglo XXI hasta nuestros días. Creo que es a partir de esas fechas cuandos empiezan a ponerse en duda muchos de los supuestos derivados de la época académica y  más retórica de la ciencia moderna. Véase al respecto, por ejemplo, Lyotard (1994, pág. 43), "Nuestra hipótesis es que el saber cambia de estatuto al mismo tiempo que las sociedades entran en la edad llamada postindustrial y las culturas en la edad llamada postmoderna".  O Vattimo (1990, págs. 10-11)."...la modernidad deja de existir cuando -por múltiples razones- desaparece la posibilidad de seguir hablando de la historia como una entidad unitaria. (...) ...(siguiendo un camino iniciado por Marx y por Nietzsche,...) se llega a disolver la idea de historia entendida como decurso unitario. No existe una historia única, existen imágenes del pasado propuestas desde diversos puntos de vista, y es ilusorio pensar que exista un punto de vista supremo, comprehensivo, capaz de unificar todos los demás..."


[3] Fecha en que se sitúa la acción en la película.
[4] En un principio había escrito “…a la vista de lo que está pasando…”. Pero no. Las cosas no pasan porque sí; siempre pasan porque las decimos y las hacemos.
[5] Y ahora me desdigo de mi nota el pie de la página 1.

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