Las películas Frankenstein (Branagh, 1994) y Blade
Runner (Scott, 1982) tienen muchas cosas en común y muchas diferencias.
Entre las primeras, la que más destaca es que ambas hablan de las emociones
humanas, auténtica base de la construcción social de la realidad (Gergen,
1994). Y entre las diferencias hay una significativa: el ser creado por Victor
Frankenstein no tiene nombre; los de la Tyrell Corporation ,
sí…
Efectivamente, el sustrato de ambos
films es el manejo de las emociones por parte de los seres no-humanos[1]
que los protagonizan. La psicología popular asienta la personalidad –el yo- en lo emocional, en un intento de
escapada de los determinismos genético, social y/o tecnológico. Parece que las
emociones son difícilmente controlables por el poder y el orden establecido;
también por los determinismos citados. Encontrar el equilibrio entre la rienda
suelta y el control es encontrar la realización personal en el entorno cultural
que a cada uno nos ha tocado –o hemos elegido- vivir. La pregunta –el sustrato
de las dos películas- es, pues: un ser que no ha seguido los cauces naturales de concepción, desarrollo,
socialización y culturización, ¿es humano, aunque llegue a parecerlo?
El complemento ideal a la sensación de
individualización que da el manejo de lo emocional es el nombre; si es con
apellidos, mejor. El ser creado por Frankenstein no tiene nombre; es anónimo.
Los replicantes de Blade Runner tienen nombres y apellidos. En mi opinión, esta
circunstacia atiende a diferencias en las dos épocas sociohistóricas que
presentan las películas: la incipiente Segunda Revolución Industrial y la
Postmodernidad[2]. La primera está
intentando –mediante la ciencia- poner orden en el caos. Hay muchas cosas
–incluso monstruosas- que aún no tienen nombre. Como tal, no existen (o, al
menos, no deberían existir). La Postmodernidad está haciendo todo lo contrario:
intentar descubrir cómo es el caos del orden heredado de la modernidad; el
orden en el que todo tiene nombre y apellidos. Quizá demasiados nombres; quizá
demasiados apellidos…
Ambas épocas históricas muestran
macro-diferencias paradigmáticas (Kuhn, 1962) si las analizamos desde el punto
de vista de las interacciones entre la ciencia, la tecnología y la sociedad. Es
ya clásico el acercamiento a la dinámica epistemológica de la ciencia desde dos
puntos de vista. a) El diacrónico -predefinido como el "contexto de
descubrimiento"- hace referencia a la ciencia como proceso. b) El
sincrónico -"contexto de justificación"-, a la ciencia como producto.
Si el enfoque de este ensayo debiera, en principio, fijarse
más en el punto de vista diacrónico, es preciso también analizar el contexto de
justificación, ya que los elementos de comparación son siempre en base a
productos, elaborados, sin duda, durante un proceso.
El concepto de paradigma científico se presta a no pocas
interpretaciones. El mismo Kuhn -quien lo introdujo por primera vez en su ya
clásico "La estructura de las revoluciones científicas" (1962) lo
utilizó en diferentes contextos y con significaciones similares aunque
diversas. Para los objetos de este ensayo, focalizado desde un punto de vista
macro, parto de la definición que el propio Kuhn reformula en 1974 (pág. 318):
"Un paradigma es lo que los miembros de una comunidad científica, y sólo
ellos, comparten". La cuestión, sin embargo, es que ahora, en la
postmodernidad, no son sólo los miembros de esa comunidad especializada los que
comparten las bases y consecuencias de la construcción científica, tecnológica
y social. De acuerdo con las teorías de la Sociología Simétrica
(Callon, 1992; Latour, 1991; Latour, 1994; Latour, 1999. Ver también Aibar,
1996; Aibar, 1999) todos somos actores-red.
Todos –los antes sujetos y objetos- somos actantes
(Latour, 1991; 1994); estamos inmersos en los procesos de producción y consumo
por diferentes circunstancias, entre las que la más destacable es que el
consumo en sí es, ahora, una forma de producción, siguiendo a De Certeau
(1984). Producción difusa, incontrolable, silenciosa y casi invisible en tanto
que se manifiesta no por la adquisición de los productos tecnológicos, sino por
su uso y por la apropiación simbólica que de ellos se hace. Lo que las personas
hacemos en nuestras vidas cotidianas ya no viene determinado por creencias
religiosas o místicas –como en la época de Frankenstein, si exceptuamos a la
comunidad científica-, sino que “Una parte importante de lo que en la
actualidad se consideran principios de sentido común no es otra cosa que el
conocimiento científico de ayer que ha adoptado una forma diferente” (Barnes,
1985, pág. 19), gracias, entre otros, a los medios de comunicación de masas.
¿Hay una revolución científica en el siglo XIX? ¿La hay
en el Siglo XXI? De acuerdo con Kuhn (1987), es preciso diferenciar el cambio
"normal" del revolucionario. El primero responde a una evolución
lógica de la ciencia en cuanto a acumulación de saberes. Como resultado, los
descubrimientos previos (contexto de justificación) no desaparecen ni se
desestiman, sino que ven ampliado su alcance y generalización, incluso, a otros
campos del saber. Es, pues, un proceso amplio y dilatado en el tiempo que se da
en forma de adición.
La revolución paradigmática supone un cambio más radical
y corto en el tiempo. El propio Kuhn (1977, pág. 249) afirma que "Las
revoluciones....son episodios en que una comunidad científica abandona la
manera tradicional de ver el mundo y de ejercer la ciencia a favor de otro
enfoque a su disciplina, por lo regular incompatible con el anterior". Y
más tarde (1987, pág. 59),
"Los cambios revolucionarios son diferentes y bastante más
problemáticos. Ponen en juego descubrimientos que no pueden acomodarse dentro
de los conceptos que eran habituales antes de que se hicieran dichos
descubrimientos. Para hacer, o asimilar, un descubrimiento tal, debe alterarse
el modo en que se piensa y describe un rango de fenómenos naturales."
La clave, pues y en mi opinión, está en que el cambio revolucionario se da si se
observa una alteración significativa en el modo en que se piensa y describe
algo. ¿Ha ocurrido esto entre principios del Siglo XIX y principios del XXI? En
mi opinión, sí. Y seguro que esta opinión es compartida por muchos de mis
coetáneos. Pero, ¿por qué?
Si los cambios -revolucionarios o normales- hacen
referencia al contexto de justificación para analizar su presencia es preciso
situarnos en el contexto de descubrimeinto, adoptando un punto de vista
diacrónico ya definido. Es necesario, pues, establecer dos momentos de
comparación, momentos que son los reflejados en las películas analizadas.
Siguiendo a Estany (1999, pág 26), "Para detectar los cambios ocurridos en
una disciplina es necesario hacer un estudio sincrónico de dos secuencias y
sólo después podremos compararlas y decir qué ha cambiado" .
Y, probablemente, lo que ha cambiado es la propia
definición de la(s) ciencia(s)… O sea, todo. Veamoslo.
El
monstruo de Frankenstein. El discurso
de la ciencia y la tecnología en la Segunda Revolución
Industrial (los científicos y los productos científicos como artistas
románticos)
La obra de Mary Shelley se inserta
plenamente en el Romanticismo literario, aunque la escribió en los albores de la Segunda Revolución
Industrial; y es en esta época histórica en la que se sitúan los hechos
relatados en la película. Así, en la misma aparecen muchos de los avances
tecnológicos producidos por la Primera
Revolución Industrial y ampliamente usados en la Segunda ; la electricidad y
el vapor, por ejemplo.
En este entorno la ciencia es todo
acercamiento metodológico al mundo, a la naturaleza en general considerada como
algo externo a la construcción humana, que incremente el saber. “… se deriva de
los hechos, en vez de basarse en opiniones personales.” (Chalmers, 1976, pág.
xx). El fruto de este saber tiene aplicaciones prácticas materializadas en
determinadas tecnologías. Ofrece “…una explicación completa y global del mundo
que podía servir como alternativa válida (…) a la visión del mundo religioso…”
(Barnes, 1985, pág. 14). Tanto ciencia como tecnología son atractivas “…para
quienes valoraban la utilidad y encajaba con el enfoque utilitario de la vida
de que hacían gala las nuevas clases sociales” (Barnes, íd.). No en vano, es a
principios del Siglo XIX cuando el filósofo John Stuart Mill publica sus
reflexiones morales en torno al utilitarismo (1984) como forma de alcanzar el
bienestar, la felicidad…
La institución científica (Aibar,
1999) está en pleno período académico. El científico –y todo lo relacionado con
la ciencia- cumple con criterios de dedicación completa, especialización,
formación específica y autonomía respecto a los poderes políticos y/o religiosos.
Se ha superado el llamado “período amtaeur” de la ciencia, propio de los siglos
XVII y XVIII; pero está lejos todavía del que conocemos como período
profesional, el propio de la tecnociencia, en el que vivimos desde
prácticamente mediados del siglo pasado. Se cumplen los criterios imperativos
institucionales básicos (Aibar, 1999), a) Universalismo; b) Comunismo; c)
Desinterés; y d) Escepticismo organizado.
¿Cuál es, pues, el contexto en que
trabaja Victor Frankenstein? Mecanización tecnológica insospechada unos años
antes. Y curiosidad, querer saber más, para poder hacer más. No otra cosa eran
entonces –y lo siguen siendo ahora, en muchos aspectos- la ciencia y la
tecnología. Saber y hacer para llegar, incluso, a una de las más grandes
aspiraciones del ser humano desde los tiempos de Prometeo: crear vida
inteligente saliendo de los cauces de la naturaleza, o sea usando los de la
tecnología previamente construida por los propios humanos. Alcanzar la
inmortalidad.
Y lo consigue. Pero prácticamente
solo. El científico de principios del Siglo XIX es –también- un héroe
romántico. Evita el miedo a lo desconocido. Es un explorador de la amplitud del
mundo natural. Y es un experimentador que no llega a calcular bien los
resultados de sus experimentos. Victor se aleja de la academia, se esconde, se
recluye. Se aisla de un discurso científico mecanizado, tecnológico y racional,
pero que no es capaz de terminar con las enfermedades, con la peste… con la
muerte.
Victor, impresionado por la muerte de
su madre y por la caída de un rayo en un día de tormenta, se arropa en el
utilitarismo. La búsqueda del placer, de la felicidad, no en un sentido
puramente hedonista, sino en el de lo que ahora llamaríamos “calidad de vida”
parece ser –y lo sigue siendo- uno de los objetivos de la ciencia. Y ¿qué mejor
calidad de vida que vencer a la enfermedad y la muerte? Pero la academicidad no
aprueba sus métodos y Frankenstein rompe con los criterios institucionales
antes enumerados. Frente al universalismo, subjetiviza sus criterios. Frente al
comunismo, los secretiza. Replica su experimento con el único interés de
devolver la vida a su amada asesinada por su propia creación. Cree en la verdad
absoluta de lo que su corazón –y su razón, y su experiencia- le dicen. Victor
se sale de la normatividad científica y crea su criatura, en la honesta
esperanza de contribuir a un mundo mejor primero; en el interés egoísta de
volver a la vida al ser amado después. Pero, “Las creaturas que uno crea se
vengan pidiendo y pidiendo sin parar” (Broncano, 2000, pág. 28). Y lo primero
que pide la creatura de Frankenstein
es la satisfacción de una emoción, el amor. No puede estar solo…
Esa búsqueda de la (in)satisfacción de
lo emocional es la que desencadena la monstruosidad de la criatura, escapando
al control de la institucionalidad social del momento. En cierto modo, cuando
la ciencia se hace opaca, se “cajanegriza” (Latour, 1994), y “…In that sense they can become
Frankensteinian monsters that run out of control. When institutions take over from people, people
relinquish tehior responsibility. And that is when
the worst damage is done”
(Roszak, 1999, pág. 18), se inicia un nuevo período oscurantista ajeno a las
intenciones fundacionales de la
Ilustración : el conocimiento racional del mundo y la universalización
del disfrute de las tecnologías.
En un aparentemente natural movimiento
continuo, conforme los saberes y haceres se van haciendo más amplios van
también guardándose en cajas negras, ajenas al devenir social de las personas
que no son estrictamente miembros de la comunidad científica.
Un siglo más tarde –mediados del XX-
el terror del Holocausto y de Hiroshima y Nagashaki, ampliamente divulgados por
los –ya- mass media, hace,
seguramente, que la confianza absoluta en las cajas negras de la ciencia se
debilite, como Frankenstein debilita su fé de hombre científico/romántico
cuando ve los resultados del monstruo
que ha creado.
Y es entonces –mediados del Siglo XX-
cuando empiezan a aparecer las primeras teorías sociológicas y filosóficas
sobre la ciencia y la tecnología. Quizá un cambio de paradigma…
Los
cyborgs de la Tyrell Corporation.
El discurso de la ciencia y la tecnología en la postmodernidad (los
científicos, los discursos y los artilugios tecnológicos como actores-red)
Los replicantes protagonistas de la película de Scott son
cyborgs sin emociones con un pequeño
error en su programación genéticocibernetica. Con el tiempo se emocionabilizan.
Su mayor poderío físico y su igualación intelectual ante el humano les hace
útiles. Su emocionalibidad, peligrosos. ¿Solución? Una intervención
programática les hace morir a los 4 años de vida; antes de que el proceso de
emocionabilidad culmine. Pris, Leon y Roy Batty escapan de la colonia donde
están recluidos y vuelven a la
Tierra , a la búsqueda de quienes les crearon. La criatura de
Frankenstein quería amar. Las de la Tyrell Corporation
ya aman. Lo que quieren es vivir.
Blade
Runner es, probablemente y
según algunos autores (Lyon, 1999), la primera y mejor película de la Postmodernidad.
Seguramente refleja con bastante exactitud quiénes somos
–biosociotecnólogos- en el mundo absolutamente mediado por los discursos
científicos. A pesar de lo cual, nos cuesta bastante encontrarnos.
Pris se ha perdido, no tiene casa y es
como huérfana, “No somos ordenadores, somos seres físicos. Yo pienso… luego
existo”. Leon tiene miedo; Roy Batty también, “Es duro vivir con miedo,
verdad?... en eso consiste ser esclavo”.
Rachael es una nueva versión del
NEXUS-6, seguramente algo más domesticada. Desconocemos si ha sido reprogramada
para controlar sus emociones. No sabemos si superará los cuatro años de vida. Pero
hay dos cosas interesantes: a) es "More
human than human" (Tyrell Corporation). Y b) "Commerce is our goal here at Tyrell".
Pero Rachael no
es objetivo de comercio, no está (I'm
not) en el negocio. Ella es (I am) el negocio. Negocio de las
emociones –objeto de estudio de la ciencia psicológica-, y negocio de la
ciencia, de la tecnología y de sus discursos.
Todos somos ya negocio en el intercambio de emociones, discursos,
conocimientos y habilidades. Todos somos, al tiempo, científicos y técnicos.
Porque todos somos máquinas sociales. Somos ese cyborg descrito por Haraway (1991): narrativo, máquina, cuerpo,
comunicación y evocación. Pensamos, existimos y vivimos con miedo, aún teniendo
a nuestra disposición herramientas que nos acercan a la inmortalidad.
Inmortalidad que, a diferencia de Frankenstein, no llegamos a alcanzar.
El sociólogo Ulrich Beck (1986) muestra que las medicinas
que consumimos son máquinas. ¿Dolor de cabeza? Máquina aspirina. ¿Epidemia de
gripe? Máquina de guerra vacunación viral. ¿Depresión? Máquina Prozac.
¿Impotencia? Máquina Viagra. ¿Ansiedad? Máquina Valium. ¿Trastornos
psicopatológicos? Máquina terapia mediante la construcción dialógica basada en
la más potente tecnología jamás inventada -fabricada- por los humanos, el
lenguaje... Haraway (1991), en un excelente capítulo -del que sólo el título ya
evoca inquietud, "La biopolítica de los cuerpos postmodernos:
constituciones del yo en el discurso del sistema inmunitario"- de su
magnífico libro referenciado al final, trabaja en una profunda crítica a la
ciencia objetivista en el entorno socialmente construido de la máquina de
muerte SIDA. No hablemos de otros diversos implantes no-humanos que cada día más se insertan en nuestro organismo humano (marcapasos, prótesis…).
Ahora estamos en plena era de la tecnociencia (ver Aibar, 1999). ¿Es distinto el año 2005 al 2019[3]?
Seguramente no mucho. Seguramente todavía no somos replicantes NEXUS-6; pero –a
la vista de lo que hacemos[4]-
sí que somos un modelo experimental pre-NEXUS-1.
¿Diferencias entre Frankenstein
y Blade Runner? Si en los párrafos
dedicados a la primera prácticamente sólo he hablado del científico, del
creador; ahora en las palabras recién escritas prácticamente sólo he hablado
del producto, de la creación…
A
modo de conclusión.-
El prestigioso sociólogo Pierre
Bourdieu (2001, pág. 12) se pregunta,
“¿Cómo
es posible que una actividad histórica, inscrita en la historia, como la actividad
científica, produzca unas verdades transhistóricas, independientes de la
historia, desprendidas de cualquier vínculo, tanto con el espacio como con el
tiempo y, por tanto, válidas eterna y universalmente?”
El filósofo Jürgen Habermas (1984,
pág. 21): afirma "Las reglas y normas no son algo que acaezca, sino que
rigen en virtud de un significado intersubjetivamente reconocido."
La feminista radical y teórica de la
tecnociencia Donna J. Haraway (1997, pág. 24) dice,
“…
insisto en que las relaciones sociales incluyen a humanos y a no humanos como
socios socialmente activos, o lo que es lo mismo para este extraño
amontonamiento, como sociotécnicamente activos. Todo lo que es inhumano no es
no genérico, ajeno al parentesco ni a los òrdenes de significación, ni excluido
del comercio de signos y maravillas”.
Y la profesora Leopoldina Fortunati
(2003, págs. 74-75) asevera que,
“In highly industrialized countries, we are entering a third stage,
distinguished by the fact we are investing technologically in the human body.
(…) The symbiont, the individual-machine that lives both a human and un-human
life, is the symbol of the new structure of social relations”.
Desde luego, el mundo –como muestra
también Don Ihde (1990) en su descripción de la primera hora de la vida diaria
de cualquier humano occidental- está absolutamente tecnologizado. Pero esto no
es nuevo. Entiendo que la primera tecnología es el lenguaje. Mediante él el ser
humano no sólo empezó a cambiar el mundo, sino a construirlo, a adaptarlo a sus
formas de hacer, a sus caprichos y emociones, a su sociabilidad, en definitiva.
Desde que no somos pre-humanos ninguna
revolución científica, ningún cambio de paradigma puede compararse a lo que
sucedió cuando el primer homínido dijo la primera palabra, explicó la primera
imagen. Todo lo demás –la escritura, la religión, la imprenta, las revoluciones
industriales, internet, la generalización de los medios de comunicación- no son
más que actualizaciones sociales de la primera tecnología que nos hizo auténticamente
humanos.
Lo tecnológico –lo no-humano, lo
no-natural- es simbólico; no tiene sustancia por sí mismo, como tampoco la
tiene lo humano, lo natural. Ninguno de los dos son materiales, por eso son
–somos- lo mismo[5], “… ellos son nosotros”
(Latour, 1994, pág. 300).
Todos somos actantes,
objetos-instituciones (Latour, 1994) evocados por la simbología
sociotecnocientífica en que estamos inmersos. Lo que somos y lo que seremos no
está determinado ni por el discurso de la ciencia (biología, por ejemplo), ni
por el de la sociología (o la psicología social) ni por el de la tecnología
(ingeniería genética, también por ejemplo). El actor-red (los antiguos sujetos y objetos; los actuales
actantes) es multidimensional y pluri-interaccional gracias, también, a las
famosas Tecnologías de la
Comunicación que se han insertado, sin darnos cuenta, en
nuestra cotidianeidad, en la de todos. Y no nos hemos dado cuenta porque ahora
–a diferencia del siglo XIX- ellas, repitiendo a Latour, son nosotros.
¿Es suficiente muestra de cambio de
paradigma? Lo que importa no es si la tecnociencia es verdad o no. O si era más
verdad la etapa académica de la ciencia. Lo importante es que entonces no había
una metaciencia de la ciencia. Ahora sí, reflejada, entre otras, en las teorías del constructivismo
social de la ciencia y la tecnología; o en la sociología simétrica.
Pero hay más, el todavía héroe
romántico/científico de la época de Victor Frankenstein tenía muy limitado su
universo relacional. No tanto como en oscuras épocas anteriores a la Ilustración. Pero
muy limitado. Vivía en un mundo –un poco poético, un poco místico- de
descubrimientos apasionantes que le empujaban a querer crear cosas útiles,
aunque muchas veces ajenas a él mismo. Hoy el científico es co-constructor –cyborg (Haraway, 1991);
ingeniero-sociólogo (Callon, 1992)- de la realidad. “… la diferencia radica en
que el último traduce, cruza, enrola y moviliza más elementos, más ìntimamente conectados y con un tejido social
más sutilmente entretejido que el primero” (Latour, 1994, pág. 274, cursivas en
el original).
Josep Seguí Dolz
València, 11/10/2005
“…
me he esforzado en conservar la verdad elemental de la naturaleza humana, aun
cuando no he tenido ningún escrúpulo a la hora de crear ciertas innovaciones
dentro de las posibles combinaciones que dicha verdad admite. (…) … ni siquiera
para el más humilde narrador (…) puede constituir un motivo de presunción
excesiva el emplear en sus novelas ciertas libertades (…) que le hagan posible
conseguir las sumblimes combinaciones de afectos humanos que brotan de las más
hermosas páginas de la poesía”. (Mary W. Shelley en “Advertencia”;
Frankenstein, 1817)
"I've seen things you people
wouldn't believe. Attack ships on fire off the shoulder of Orion. I watched
C-beams glitter in the dark near the Tanhauser
Gate. All those...moments...will be lost...in time. Like...tears...in rain. Time...to die." (Roy Batty en Blade Runner, 2019)
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Accesible en: http://es.scribd.com/doc/63878251/Frankenstein-y-Blade-Runner.
[1] Permítaseme, por ahora, calificar a esos protagonistas de ambas
películas como “no-humanos”. Más adelante, en este mismo ensayo, es muy
probable que me desdiga de mi calificación…
[2] Soy consciente de que a
mucha gente en nuestro entorno no le agrada este término (Aibar califica lo
postmoderno como “una mera caricatura oportunista de la modernidad venida a
menos”, 1996, pág. 28). Pero lo utilizaré como un término, digamos histórico,
el plazo que va desde los años ochenta del Siglo XXI hasta nuestros días. Creo
que es a partir de esas fechas cuandos empiezan a ponerse en duda muchos de los
supuestos derivados de la época académica y
más retórica de la ciencia moderna. Véase al respecto, por ejemplo, Lyotard (1994, pág. 43), "Nuestra hipótesis
es que el saber cambia de estatuto al mismo tiempo que las sociedades entran en
la edad llamada postindustrial y las culturas en la edad llamada
postmoderna". O Vattimo (1990,
págs. 10-11)."...la modernidad deja de existir cuando -por múltiples
razones- desaparece la posibilidad de seguir hablando de la historia como una
entidad unitaria. (...) ...(siguiendo un camino iniciado por Marx y por
Nietzsche,...) se llega a disolver la idea de historia entendida como decurso
unitario. No existe una historia única, existen imágenes del pasado propuestas
desde diversos puntos de vista, y es ilusorio pensar que exista un punto de
vista supremo, comprehensivo, capaz de unificar todos los demás..."
[3] Fecha en que se sitúa la acción en la película.
[4] En un principio había escrito “…a la vista de lo que está pasando…”.
Pero no. Las cosas no pasan porque sí; siempre pasan porque las decimos y las
hacemos.
[5] Y ahora me desdigo de mi nota el pie de la página 1.
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