La perversión es estudiada por Freud desde 1904 hasta 1927, desde el texto de “Tres ensayos para una teoría sexual” de 1904 hasta el texto “El fetichismo” de 1927. y en él recorta el mecanismo de la renegación, apoyándolo y diferenciándolo simultáneamente, del concepto de represión; insiste en recalcar la transacción efectuada, según la modalidad de los procesos primarios, de una percepción conservada y a la vez renegada. De este modo se mantiene en la percepción lo que nunca estuvo en ella.
La perversión, nos dice Freud, no son bestialidades ni son producidas por degeneración, sino que las perversiones están contenidas en la predisposición sexual, no diferenciada, del niño. Cuando alguien se manifiesta perverso puede decirse que ha seguido siendo perverso y representa un estadio de detención en el camino.
Partiremos de establecer el concepto de renegación de la castración como el elemento fundamental de la estructura perversa.
Dice J. Lacan en el seminario “Las formaciones del inconsciente” refiriéndose al texto freudiano "Pegan a un niño", “es alrededor del análisis de este fantasma de látigo que verdaderamente Freud en ese momento ha hecho entrar la perversión en su verdadera dialéctica analítica, ahí donde ella aparece siendo, no la manifestación de una pulsión pura y simple, sino estando ligada a un contexto dialéctico tan sutil, tan compuesto, tan rico en compromisos, tan ambiguo como una neurosis, esto es a partir precisamente de algo que va, no a clasificar la perversión en una categoría del instinto de nuestras tendencias, sino en algo que la articula precisamente en su detalle, en su material y, digamos la palabra, en su significante.”
Al demostrar S. Freud claramente que la perversión está estructurada en relación con todo lo que se ordena en torno a la ausencia y la presencia del significante falo ”perversión siempre tiene alguna relación con el complejo de castración, aunque sea como horizonte”.
La diferencia fundamental en la perversión es que no llega a la pulsión y con la ayuda del objeto fetiche intenta hacer existir al Otro, dando como resultado el ser instrumento del goce del Otro, modo de desmentir la privación. En relación con el fin, que S.Freud asimila a la satisfacción, la pulsión pretende alcanzarlo para el sujeto, mientras la finalidad de la perversión es ofrecerle goce al Otro.
A Jacques Lacan le corresponde el mérito de diseñar su “estructura” ubicando el sujeto que es habitado por esta determinación del deseo. De allí el privilegio que acordó de entrada a dos nociones: el deseo y el goce, su montaje lógico. Hace de la perversión una componente principal del funcionamiento psíquico del hombre, especie de provocación o desafío permanente en relación con la ley. Su fórmula fue propuesta en 1962 en un célebre artículo "Kant con Sade” y abrió el camino a nuevas perspectivas terapéuticas, donde ubica que el perverso tiene un montaje lógico que le permite una relación reglada con el goce.
Las orientaciones freudiana y lacaniana del psicoanálisis -que distribuyen el campo de la psicopatología en la tripartición neurosis, psicosis y perversión- carecen del concepto de psicopatía que sólo ha sido considerado de manera explícita por algunas corrientes anglosajonas del psicoanálisis. De aquí se desprende el interrogante acerca de cuál es el concepto freudiano que resulta adecuado para abordar el campo de las psicopatías.
Como respuesta a este problema, y ésta es la quinta conclusión, hemos terminado en coincidir con la propuesta que formulara inicialmente el Dr. Marietán en el sentido de que ese campo corresponde a lo que Freud abordó con el concepto de perversión.
La realidad distorsionada por el efecto de la negación termina siendo transformada. El sujeto se inventa su propia realidad, por supuesto más tolerable. La falta de un yo propio lo orilla a no tener opción más que copiar la identidad de otros cambiándola a cada momento como un actor en diferentes obras. Trata de sortear las dificultades a través del uso de máscaras que no son más que identidades copiadas de otras personas. Son los golpes que se da inevitablemente en la realidad como obstáculo para sus instintos donde radica su sufrimiento y donde se manifiesta su trastorno cuando sus mecanismos no le ayudan a mantener el delicado equilibrio de su estructura. Sorprendentemente, la estructura perversa se ubica en el mismo nivel de fijación que la estructura psicótica, con una elemental diferencia: el perverso no transforma la realidad sino que la sustituye, lo cual explicaré más adelante.
En la intervención que estamos presentando, examina las distintas acepciones del término perversión en el psicoanálisis y mostrar que este término recubre por lo menos tres conceptos diferentes. Efectivamente, cuando decimos perversión en psicoanálisis nos referimos a tres cosas muy distintas:
1. a las patologías de la sexualidad,
2. a las características estructurales de la sexualidad humana, y
3. a una de las formas de la subjetividad.
De allí que se produzcan una serie de confusiones cuando no se delimitan con claridad estas distinciones, o si no se las aplica de la manera pertinente.
Como suele ser habitual, estas tres acepciones resultan de la evolución del concepto de perversión a lo largo de las profundas transformaciones a que ha estado sujeto en las elaboraciones de la psiquiatría y el psicoanálisis. Por eso, para delimitarlas conviene hacer una referencia sucinta a la historia de este término en esas dos disciplinas, subrayando los tres hitos que señalan el surgimiento de un nuevo concepto que conserva, sin embargo, el mismo nombre del anterior.
El primer hito
El primer hito, es decir, el que marca el punto de partida del concepto de perversión, debe ubicarse, sin duda, en la gran obra civilizadora de Krafft-Ebing. De una generación anterior a Freud y a Kraepelin, Krafft-Ebing ocupaba la titularidad de la cátedra de psiquiatría en la Viena imperial. Las categorías psiquiátricas de sus tratados constituyen los antecedentes fundamentales en la nosología de esos dos grandes creadores. Krafft-Ebing es el más eminente representante de un grupo de psiquiatras y médicos legistas que se propusieron abordar en una perspectiva científica el estudio de la sexualidad humana y sus perturbaciones. Es decir, que persiguieron el objetivo de hacer entrar la consideración de los problemas sexuales en el discurso médico y legal para, de esa manera, tomar distancia de una posición moralista destinada fundamentalmente a enjuiciarlos y condenarlos.
Este propósito de pasar de la perspectiva del juicio moral a la neutralidad científica se manifiesta claramente en la terminología que utilizó, inventándola en la mayoría de los casos, y que reemplazó a la vigente hasta mediados del siglo XIX. Antes de su obra era muy común el uso de términos tales como degenerados, sodomitas, depravados, pederastas, cenedos. El uso del latín, no sólo en el título de su obra principal en estos temas, su Psychopathia Sexualis, sino también en el interior de su extenso desarrollo, estaba destinado a introducir una cierta neutralidad y distancia científica por comparación con el discurso vulgar.
Además, estableció una clasificación de las desviaciones sexuales que perdura hasta nuestro días y, de este modo, contribuyó a estabilizar el uso de términos descriptivos según la metodología empirista predominante en la psiquiatría de la época, y neutros desde el punto de vista de un juicio de valor, tales comoperversión e inversión -el primero, para designar formas patológicas de la sexualidad que se ubican alrededor de la genitalidad, pero que constituyen manifestaciones que habitualmente acompañan la sexualidad normal, parasexuales; el último, para designar la orientación contraria a la considerada normal, es decir, heterosexual-. También el de fetichismo, exhibicionismo, voyeurismo. En algunos casos tuvo la osadía de usar referencias literarias que eran nombres propios, como el que tomó del marqués de Sade para establecer el término sadismo que se ha vuelto ahora un término común. Si bien el marqués no tuvo oportunidad de enterarse, porque en el momento de la publicación de la Psychopathia Sexualis hacía ya varias décadas que estaba muerto, fue diferente en cambio la posición de Sacher Masoch porque Krafft Ebing usó el término masoquismo mientras este vivía, lo cual, de todos modos, no debe haberle molestado mucho en la medida en que contribuía a la difusión de la fama de sus escritos.
En síntesis, lo que tenemos que retener para el propósito de este trabajo es que Krafft-Ebing estabilizó el concepto de perversión para referirse a las distintas formas de desviaciones sexuales -cuyo repertorio acaba de enumerarse- con el método descriptivo empirista de la psiquiatría clásica. Debemos también hacer notar que, a pesar de la enorme empresa realizada para despojar a esas formas de consideraciones de valor y darle un tratamiento científico, el concepto de perversión, tal cual lo forjó Krafft-Ebing, conserva un núcleo irreductible de juicio moral. Para que una conducta pueda definirse como desviada es necesario su comparación con un modelo ideal considerado normal. Y este modelo no es nunca ajeno a los valores morales y culturales de la época. Es como dice Lacan: el empirismo es siempre un moralismo encubierto.
Es suficiente señalar como ejemplo la cuestión de la homosexualidad que en nuestra época es considerada cada vez más simplemente como una de las formas posibles en la orientación sexual, es decir, en la elección de objeto, y tiende poco a poco a quedar definitivamente excluida del campo de la psicopatología y de los sistemas psiquiátricos de clasificación de los trastornos.
Sin embargo, a pesar de este resto de moralidad de su época, la influencia de la obra de Krafft-Ebing en la transformación de los viejos preconceptos ha sido enorme. Constituyó una base firme para los ulteriores estudios y elaboraciones sobre la sexualidad y ha desbordado el campo de los especialistas. SuPsychopathia Sexualis alcanzó más de treinta ediciones y un efecto de divulgación de una amplitud llamativa. Esta obra está compuesta y se desarrolla alrededor de la exposición de un conjunto significativo de casos singulares que el autor comenta: las llama observaciones y superan la centena. Algunas de estas observaciones son casos clínicos tomados por Krafft-Ebing de su propia práctica médica. Otras, cuando las formas de perversión constituyen delito, están extraídas de casos judiciales (por ejemplo, los cortadores de trenzas, frecuentes en esa época). Pero hay un tercer grupo, muy numeroso, en que estas observaciones consisten en los relatos escritos que Krafft-Ebing recibía de sus lectores contándole sus propias prácticas perversas y que contribuyeron significativamente a engrosar las sucesivas ediciones.
El segundo hito
Sin duda la obra de Krafft-Ebing proporcionó la base firme sobre la que se construyó la elaboración de Freud. Su principal trabajo en relación con el establecimiento del concepto psicoanalítico de pulsión sexual y de la hipótesis de la sexualidad infantil, los Tres ensayos sobre una teoría sexual, tienen como punto de partida exactamente los estudios y la clasificación de Krafft-Ebing. De allí que su primer capítulo lleve por título “Las aberraciones sexuales” y que las clasifique distribuyéndolas en dos grandes grupos: el primero, las desviaciones en relación con el objeto (es decir, la homosexualidad, la paidofilia y el animalismo), el segundo, las desviaciones con respecto al fin sexual (sean las transgresiones anatómicas o las fijaciones a fines sexuales preliminares). Este punto de partida no es invento de Freud, es una deuda con la obra de su predecesor.
Lo que, en cambio, resulta específicamente freudiano es el deslizamiento que se va produciendo gradualmente en el texto hasta forjar un concepto propio de perversión, diferente del Krafft-Ebing: la perversión, no como una forma patológica, sino como la característica esencial de la sexualidad humana. Esta transformación se obtiene a través de varios pasos.
El primero -en realidad también tomado de Krafft-Ebing-, que destaca que la sexualidad llamada normal tiene como elementos los mismos componentes de la sexualidad perversa: “Pero aún el acto sexual más normal integra visiblemente aquellos elementos cuyo desarrollo conduce a las aberraciones que hemos descripto como perversiones”3. De allí surge el concepto de pulsiones parciales como componentes de una pulsión sexual que no es homogénea sino siempre conformada por ese conjunto heterogéneo de pulsiones parciales llamadas también pulsiones perversas.
El segundo, el señalamiento de la falta de una frontera definida entre las llamadas perversiones y la llamada sexualidad normal: “La experiencia cotidiana muestra que la mayoría de estas extralimitaciones o, por lo menos, la más importantes entre ellas, constituyen parte integrante de la vida sexual del hombre normal y son juzgadas por éste del mismo modo que otras de sus intimidades”4.
Finalmente, en este apretado resumen del concepto de perversión forjado por Freud, el concepto de sexualidad infantil que implica una noción ampliada de la noción de sexualidad y arriba a la conocida fórmula freudiana del niño como un perverso polimorfo. Esta hipótesis establece que no existe una forma natural de la sexualidad sino que ésta, incluida la adquisición de una identidad en la sexuación, está sujeta a un proceso de formación que atraviesa diversas vicisitudes desde el niño hasta el adulto. Estas vicisitudes, en la concepción freudiana, están gobernadas por el dispositivo simbólico del Edipo: según la forma en que se lo atraviese y se lo concluya se obtendrá una cierta forma de sexualidad y de identidad sexual. Es decir, que el Edipo es un dispositivo de sexuación.
Lo que en Freud está planteado como infantil, en Lacan equivale a la noción de estructura. No se trata tanto de la evolución de una sexualidad perversa infantil hasta una sexualidad genital adulta, sino que la sexualidad humana es estructuralmente perversa y es con esa sexualidad perversa que hombres y mujeres se las tienen que arreglar para llegar a obtener y a elegir, o no, los rasgos que definen el viejo concepto ideal de sexualidad normal, es decir, la heterosexualidad y la paternidad: en palabras de Lacan, “...una posición sin la cual no podría identificarse con el tipo ideal de su sexo, ni tampoco responder sin grave riesgo a las necesidades de su pareja en la relación sexual y, más todavía, aceptar con justeza las del niño que en ellas se haya procreado”5.
En síntesis, Freud produce un concepto de perversión que no se refiere a una patología -como el concepto original de Krafft-Ebing-, sino que constituye la característica estructural -por lo tanto esencial y universal- de la sexualidad humana. Sin embargo, el concepto de perversión sigue teniendo como referencia la vida sexual y por lo tanto su aplicación queda restringida al campo de la sexualidad.
El tercer hito
Arribamos finalmente al concepto de perversión que Lacan produce cuando distribuye la psicopatología freudiana en la tripartición neurosis, psicosis, perversión. En esta tripartición ya se ha producido una generalización porque, para Lacan, neurosis, psicosis y perversión, no constituyen solamente una patología, sino que definen distintas modalidades de constitución de la subjetividad. Esto es, las leyes del funcionamiento psíquico no son las mismas para todo sujeto humano sino que se distribuyen en esas tres estructuras que son efectivas tanto para un sujeto enfermo mental como para aquellos que psíquicamente no han llegado a enfermar. En el primer caso, se tratará de un neurótico o un psicótico en el sentido tradicional de esos términos, es decir, como una forma patológica. En el segundo, de una estructura subjetiva neurótica o psicótica como modalidad de funcionamiento psíquico.
Pero lo decisivo para nuestro tema es que, en cualquiera de ambos casos, el concepto de perversión como estructura subjetiva difiere de los dos conceptos expuestos anteriormente. Es decir, que no es asimilable ni con el concepto de perversión de Krafft-Ebing como desviación patológica de la sexualidad, ni con el concepto freudiano de perversión como estructura universal de la sexualidad.
La verificación clínica, tanto en las neurosis como en las psicosis, es de una contundencia incontrovertible. Que los neuróticos gozan con sus fantasías perversas y que se verifica en su vida sexual la existencia de actos perversos, no es a esta altura de nuestras disciplinas solamente una conquista de la teoría y de la clínica freudiana, es un hecho aceptado generalmente. Que encontramos perversiones en las psicosis, muchas veces cumpliendo una función de estabilización en su estructura, también es un hecho no discutido.
De este modo, en la tríada neurosis, psicosis, perversión, esta última no coincide con el concepto freudiano, es decir, que la perversión como estructura de la sexualidad humana, por ser universal, es un concepto que se aplica tanto a la neurosis, como a la psicosis y a la perversión. Pero tampoco consiste en el concepto de Krafft-Ebing ya que, en este sentido, como conductas desviadas, hay perversiones en los neuróticos, hay perversiones en los psicóticos y, debemos agregar, hay perversiones en los perversos. Aquí se ve bien que el concepto lacaniano de perversión como una modalidad subjetiva no se confunde con los anteriores.
Se requiere, entonces, construir una distinción entre el sujeto perverso, el neurótico y el psicótico que vaya más allá de la psiquiatría clásica y del psicoanálisis de Freud. Esta caracterización es obtenida por Lacan tardíamente en el desarrollo de su obra, después de la construcción de la teoría del objeto (a), y se despliega en distintos registros. Ante todo en una forma particular de relación con el otro -tanto el otro, semejante, como el Otro. Implica, por cierto, una forma particular del superyó, ya que esta instancia no es, desde que Freud la definió, sino la internalización de la relación con el Otro. Pero implica, sobre todo, un manejo de la angustia -la habilidad para encontrar y activar en el otro los puntos que despiertan su angustia-, y una posición ante el goce que se caracteriza por el deseo y la voluntad de hacer gozar al otro (Otro) más allá del límite de sus deseos reconocidos, es decir, traspasando la inhibición de sus represiones inconscientes. El perverso es como un hombre de fe, un cruzado, llega a decir Lacan: cree fervientemente en el goce del Otro y se dedica con ahínco a producirlo.
Es este tercer concepto de perversión, como estructura subjetiva, el que, al generalizarse más allá de las prácticas de la sexualidad, puede constituir una contribución del psicoanálisis al conocimiento de las psicopatías .
Entre el placer (Lust) y el goce (Genuß)
La distinción entre placer y goce tal como la utilizamos hoy en día por influjo de Lacan no existe en Freud, quien sí usa ampliamente ambos términos, Lust y Genuß, disponibles en la lengua alemana. Freud no los opone a la manera lacaniana, sino que, más bien, los emplea casi indistintamente e, incluso, los va a aparear con otros opuestos.
Un par de opuestos muy conocido es el de Textoplacer/displacer (Lust/Unlust), como dos principios del funcionamiento mental, y el otro es el de Textogoce/trabajo (Genuß/Arbeit), tal como aparece en El porvenir de una ilusión. En dicho texto, Freud imagina tímidamente una sociedad futura en la que la cultura no será impuesta a los sujetos por la violencia sino por el amor y en la que estarán reunidos por fin sin contradicción el placer y el trabajo.
Para Lacan, en cambio, hay una oposición clara entre placer y goce (jouissance). El placer, como Principio de Placer, está del lado de la neurosis y condena al neurótico a una perpetua búsqueda del objeto perdido (objet perdu) de la mítica y freudiana experiencia de satisfacción (Befriedigungserlebnis). Lo importante es que, en la neurosis, el objeto primitivo- que Lacan denominará la Cosa- está irremediablemente perdido a causa de que la metáfora paterna ha relegado al Significante materno bajo la barra de la represión (Verdrängung). Por ello es que el amor se vuelve imprescindible, pues permite al sujeto reencontrar, aunque sea imaginariamente, dicho objeto perdido o, al menos, un sucedáneo equivalente.
El amor se nutre de la sublimación y es por tal motivo que Lacan dice de esta última que consiste en "elevar un objeto cualquiera a la dignidad de la Cosa". La sublimación es, como se ve, un quid pro quo, tomar una cosa por otra, por la Cosa, sólo que- pequeño detalle- dicha confusión cambia el signo del encuentro con el objeto, que de ser ominoso y angustiante pasa a ser egosintónico y placentero. En otro lugar (Seminario 7), Lacan relaciona el Principio de Placer con la noción aristotélica de autómaton, término que conviene traducir como "espontaneidad", una especie de azar más allá de toda intención expresa por parte de un sujeto. Esto quiere decir que el Principio de Placer funciona en el sujeto sin deliberación e independientemente de su voluntad; busca su objeto erótico sin saber a ciencia cierta qué es lo que busca ni porqué encuentra lo que encuentra. En Freud (La Dinámica de la Transferencia, 1912), encontramos también la idea de que emergemos de la infancia con un Klischee que domina nuestra vida erótica y sentimental y que dicho Klischee será eventualmente la clave y el modelo (Vorbild) de los procesos transferenciales.
El goce, en cambio, está del lado de la psicosis y representa un intento del sujeto de ir más allá de lo que permite el Principio de Placer y alcanzar la Cosa u objeto incestuoso primitivo. Tal tremendidad es posible- por así decir- debido a que la pantalla protectora de la metáfora paterna no se ha instalado en el sujeto y se trata más bien de que éste quede expuesto a la proximidad de la Cosa, que desestabiliza su relación con la realidad consensuada.
La posición subjetiva del perverso
El problema para nosotros surge a partir de una definición paradójica que los lacanianos dan del goce al definirlo por medio de una fórmula que reza: Lust im Unlust, placer en el displacer. Ello implica que el goce (Genuß, jouissance) es un tipo de placer y que entre placer y goce no hay oposición excluyente sino una relación de género y especie en la que el placer es el género y el goce una de sus especies. La sorprendente idea de que algo displacentero es buscado por el sujeto como si encontrase en él un placer resulta siempre difícil de explicar, por más que la clínica atestigüe sobradamente que de alguna manera las cosas son así. Masoquismo primario, pulsión de muerte, transferencia negativa, envidia primaria, autodestructividad y el goce lacaniano son los artefactos teóricos que la tradición psicoanalítica ha acuñado para dar cuenta de dichos fenómenos mórbidos.
En este sentido, el goce no es privativo de los psicóticos y tropezamos muchas veces con expresiones como "el goce histérico" o "el goce neurótico" que dan a entender que también los neuróticos se aferran a situaciones displacenteras como si encontrasen en ellas alguna indescriptible delicia.
La definición del goce como Lust im Unlust es, entonces, aplicable a todos los seres humanos sin distinción y deberemos buscar una fórmula exclusiva para los psicóticos, tema sobre el que volveremos más adelante. Lo que aquí nos interesa es la posición alcanzada por los perversos en relación al placer, goce o como se lo quiera denominar. Freud admitía que los perversos gozan más que los neuróticos, con lo cual convalidaba lo que los mismos perversos aseguran, a saber, que ellos sí han alcanzado algo así como la cumbre del placer, cosa que los convierte en maestros de la sexualidad y en propietarios de un saber acerca de tales lides muy superior al de los comunes mortales. Freud atribuía tal plus de placer al hecho de que la represión no funcionaría en los perversos tal como lo hace en los sujetos neuróticos, aunque no deja de aclarar que la represión debe ciertamente hallarse presente en ellos: los fetichistas ignoran la significación (Bedeutung) de su fetiche. Tanto, entonces, no saben.
De todos modos, es difícil señalar cuál es la posición del sujeto perverso frente al placer: no hay goce en el sentido de pretensión de alcanzar la Cosa como reza la fórmula para los psicóticos, pero su búsqueda de objetos es tan estereotipada como la de los neuróticos, lo cual obliga a pensar que algún tipo de *autómaton se ha instalado en ellos y que, por tanto, su deseo se halla acotado por alguna figuración de la Ley.
Siempre se habla de la identificación del perverso con el freudiano padre de la horda, con un Uno incomparable, que no admite restricciones en su goce. Pero el padre de la horda es el dueño de todas las mujeres, no un sujeto incestuoso que toma posesión de su madre.
La figura de la madre está reemplazada por el conjunto equivalente conformado por "todas las mujeres". El neurótico seguiría una línea de equivalencias cada vez más acotadas: de "todas las mujeres" pasa a "algunas mujeres" y, finalmente, a "una mujer" leído como "esta mujer" (exogamia, matrimonio monógamo, voto de fidelidad, etc.). En realidad, la toma de posesión de la madre no se verifica nunca y está claro que entre los psicóticos es más bien la madre-Cosa la que se posesiona del hijo y lo controla a piacere.
Según parece, hemos de admitir que esta identificación con el padre primitivo salva al perverso de la Cosa materna y le permite conservar una relación estable con la realidad. Así pues, el perverso de algún modo pretende situarse del lado de un goce irrestricto- dicen ser libres en cuanto a su deseo-, aunque, por otro lado, la rigidez del acto perverso en cada caso es tal que nos conduce a sospechar de sus palabras y nos plantea la necesidad de ponerlas en perspectiva.
Estas dificultades se aclaran un poco cuando vemos cuál es la relación del perverso con la Ley, en cómo se ha verificado en él la metáfora paterna (instalación de una represión en su psiquismo en clave freudiana) y qué avatares sufrió su identificación primaria con el padre primitivo. Dice el marqués de Sade: "cualquier cosa menos el pene en la vagina"[pido disculpas por citar de memoria]. Con ello, marca claramente que sabe muy bien que la Ley moral sexual limita la sexualidad al acto procreador, esto es, al coito heterosexual. Pero se resiste a dicho mandamiento y genera otro exactamente opuesto: la consigna perversa de alguna manera reproduce irónicamente el mandato social y encuentra su razón de ser en su trasgresión.
Piera Aulagnier (La estructura perversa) señala que el sujeto perverso ha quedado atascado en el horror a la vagina sin poder transformar el horror inicial en fascinación por medio del juego infantil ( el famoso "juego del doctor", que no es sino una mutua y reiterada mostración del genital entre niños y niñas).
Esto justificaría que se diga que las perversiones son exclusivamente masculinas y que el rol de las mujeres se limita a permanecer en un segundo plano y dirigir las acciones desde las sombras de manera inquietantemente parecida a lo que señalamos más arriba acerca del psicótico y su madre.
En otra parte ya hemos visto cómo la madre del perverso es un desierto de goce y cómo la promesa (Versprechen) del don fálico no se verifica adecuadamente y el futuro perverso tiene que vérselas solo con la resolución del enigma del goce fálico.
El placer perverso
Como consecuencia de lo ya dicho, concluiremos que los placeres de la perversión serán una fiel imagen especular invertida de cuantos placeres se hallen a mano de un neurótico. Mientras el neurótico goza inconscientemente con la renuncia (Verzicht) al objeto perdido y sus síntomas vienen a ser una perpetua conmemoración de dicho acto de desprendimiento, y aun de apostasía, el perverso hará gala de un desenfreno opuesto a la renuncia neurótica.
(Los perversos)Se ven a sí mismos como seres exuberantes y astutos. Sade se preguntaba cuál era la utilidad de vivir refrenando los impulsos innobles y malvados: lo mejor y más fácil es darles curso y utilizar luego la inteligencia para escapar al castigo. Así como el cristiano ha de imitar a Cristo como ejemplo supremo de sumisión a la Ley y mansedumbre, el perverso se regodeará en la trasgresión y rebeldía ante todo lo instituido y reputado socialmente como valioso.
Alguien dijo alguna vez- creo que Racamier- que no hay histéricas en una isla desierta, debido a la falta de un público que asista a la exhibición de sus martirios o que aprecie sus polifacéticos encantos. En realidad, en una isla desierta no hay nadie, lo que se quiere decir es que una Robinsona no tendría ante quién mostrar lo suyo y por ello "lo suyo", la histeria como espectáculo, perdería su razón de ser.
Siguiendo esta idea, tampoco habrá perversos en una isla desierta, puesto que, evidentemente, necesitan a por lo menos un neurótico cerca para marcar sus diferencias y establecer su superioridad. Estos imitadores de Lucifer viven de aquellos a quienes denuestan y a quienes burlan continuamente. No pueden dejar de hacerlo puesto que su posición subjetiva es puramente reactiva y completamente artificiosa. ¿Qué sería de ellos si no pudiesen escandalizar a personas sensatas y "normales"? Para su suerte, eso nunca pasará.
Es frecuente observar que el placer está en muchos perversos como "mentalizado" y considerablemente alejado de cualquier sensación grata producida por el frotamiento de alguna mucosa.
El placer en la humillación es un buen ejemplo: Piera Aulagnier lo considera uno de los logros de la perversión: transformar la humillación en valoración narcisista, lo mismo que el dolor en placer, etc.. Lo que no logra es transformar el horror y por ello lo reproduce adoptando, como decía Freud, una actitud activa en vez de pasiva.
La novela gótica del siglo XVIII (época tardía y decadente del movimiento libertino) exaltaba lo horroroso como valor estético y sus heroínas deambulaban desesperadas por lúgubres y húmedas mazmorras y, entre larvas y carnes putrefactas, eran sometidas a crueles tormentos, parodiados por Sade en Justine. El gusto por lo escabroso, presente en todo aquel que se tome el trabajo de hacer un poco de sincera introspección, es llevado al límite y el placer es sacar a la luz y exhibir al detalle estas inconfesables verdades que todo el mundo oculta. El perverso aparece en sus dichos como el que es valiente y se atreve a experimentar placer allí donde se supone que el placer nace, en la maldad.
Avanza triunfal allí donde el neurótico retrocede debido al espanto y en esta "valentía" y "superioridad" está sostenido como sujeto. Es, en lo esencial, lo mismo que le pasa a esos moralistas recalcitrantes, tan cercanos a la perversión,: ellos también triunfan- esta vez sobre las exigencias de la carne- allí donde la gente común se tienta y peca. Al igual que los perversos viven de aquellos a los que exhortan y persiguen y su estructuración mental es por completo reactiva y falsa.
Ahora bien, ¿es el arte de los analistas un arte perverso? ¿Se trata en un análisis de contactar al sujeto con sus deseos infantiles y perversos a fin de que éstos sean liberados? ¿Es una ética perversa la tan cacareada ética del psicoanálisis? Son, desde luego, preguntas retóricas puesto que las respuestas son obvias, pero si las hacemos es porque hay efectivamente un tufillo en muchos escritos analíticos en los que, en ocasiones no muy sutilmente, se desliza la idea de que el psicoanálisis es revolucionario, contestatario y subversivo del orden instituido.
El psicoanálisis es corrosivo como todo análisis que va de lo superficial (manifiesto) a lo profundo (latente): cualquier saber que profundice en un tema acaba descubriendo que las cosas no resultan ser como parecían inicialmente El psicoanálisis es, pues, corrosivo y en esa corrosión puede caer la revolución, la piedad, la fe o lo que sea, a excepción del lecho de rocas famoso según éste se presente ante cada cual.
Los perversos y los psicoanalistas están habituados a manejarse en ese difícil límite entre el bien y el mal sólo que aquellos proclaman con soberbia su pretensión de haber llegado "hasta el final" de la sexualidad y de la mismísima naturaleza humana, que, por supuesto, es malvada.
Pero, ¿es que hay en verdad algo como la "naturaleza humana" o es que, más sencillamente, se trata de la necesidad que toda moral tiene de suponer que el hombre es malo o tiene una predisposición natural a la maldad y debe, por tanto, ser educado y mejorado en forma compulsiva. ¿No era que éramos una tabula rasa al nacer, o bien, si es que hay ideas innatas, no fue Dios mismo quien las inscribió en lo profundo de nuestras almas?. En ninguno de ambos casos el mal es un dato inicial inherente a nuestra humana condición, como se pretende asegurar. El perverso se vuelve perverso porque no cree en el bien. El marqués lo dice en alguna parte: no vale la pena producir placer en los demás porque suelen fingirlo hipócritamente, es más seguro producir dolor porque, en ese caso al menos, uno puede estar razonablemente seguro de qué es lo que está produciendo.
La hipocresía, el fingimiento y la falta de toda garantía en cuanto a la verdad de lo que se nos dice es lo que arrastra al perverso a la perversidad. No funciona para él el discurso de la promesa (Versprechen) por el cual el niño accede a aplazar (aufschieben) su goce fálico. Lo irónico, lo que se oculta, es que el aplazamiento es necesario por cuanto el goce fálico no está biológicamente al alcance del niño y la pequeña comedia de prometer a cambio de un aplazamiento es un completo artificio en la medida que el padre prometedor pareciera suponer que el goce fálico sí estuviese al alcance del niño.
Este vital juego de medias verdades ha de prolongarse por años- una eternidad en la óptica perversa- hasta que el goce fálico ante la mujer puede ser enfrentado por el joven varón. En el perverso, el padre real no funciona como el arquetípico dueño de todas las mujeres ni como inigualable maestro de la sexualidad y no hay, por ende, una verdadera identificación inconsciente con él, sino que el niño lo sustituye y asume, ya en la infancia, ese rol de Gozador absoluto. Y lo hace como puede: básicamente en función de la omnipotencia anal, tal como lo describen tantos trabajos de la escuela kleiniana.
Una digresión pertinente. Ir "hasta el final" en el análisis es todo un tema para los analistas. Freud lo veía como una imposibilidad: la aceptación de la castración encuentra su límite en el famoso "lecho de rocas", límite en el cual el trépano psicoanalítico se vuelve ineficaz, la transferencia se negativiza y el paciente se las ingenia para dar por terminado el análisis.
Lacan, lúcido lector, propone algunas fórmulas (atravesar el fantasma, pasar de la posición de analizante a la de analista, por ejemplo) que permitan pensar un verdadero fin de análisis y superar la decepcionante idea de que los análisis no terminan en verdad sino que simplemente se interrumpen en algún punto más o menos crucial. Hubo una época militante y "perversa" del lacanismo en el que se propalaba alegremente que se podía y que había que ir "hasta el final", aunque hoy en día tanto optimismo ha retrogradado a posiciones menos ambiciosas.
Lo perverso del perverso, lo dijimos, es la perversidad, esto es, la voluntad plenamente conciente de torcer la ley e incluso la lógica. Y disfrutarlo o, cuando menos, dar a entender- fingir ante su público- que disfruta de esa permanente violación de las reglas.
El amor es lo más detestado y satirizado por los perversos, quienes aprovechan ampliamente dicha necesidad neurótica que no es otra, como lo señalamos más arriba, que la de reencontrar aunque sea un rasgo del objeto perdido primitivo de la mitológica Befriedigungserlebnis.
No hay, entonces, placer alguno en la perversión como no sea el de "contestar" con grandilocuentes goces a los pobres placeres que se hallan al alcance de sus primos neuróticos. Pero, aunque parezca una nimiedad, si se reflexiona con atención, se verá que hay un continente de placeres que explorar y puede decirse que algunos perversos cargan sobre sí la importante función social de ser una suerte de adelantados que vuelven admisibles placeres otrora prohibidos a los neuróticos. Y es menester confesar que también todo neurótico necesita cerca a alguno que pase por perverso para espeluznarse y escandalizarse a gusto y poder decir "yo no soy como ése". Entre los dos hacen uno, que no es poca cosa.
Mecanismos de Defensa
La renegación
Uno de los mecanismos de defensa de la estructura perversa es la renegación. Niega la realidad pero la conoce, sabe de la pérdida pero se niega a querer verla, reniega de ella, a diferencia del psicótico, quien la desconoce totalmente y vive su realidad reeditada. Es a través del fetiche como el perverso, a la vez que la niega, intenta llenar la falta o sustituir el objeto amado que lo frustró. El paso por las etapas infantiles le representa al sujeto frustraciones que lo orillan a concebirse como carente y nostálgico de la omnipotencia que representaba al sentirse indivisible y parte del seno materno. En el caso del perverso, éste ya ha incorporado un objeto de amor de referencia para sus actos, pero se queda en una etapa concreta, un objeto-cosa instrumental que le da la ilusión del control de esa falta. El objeto sustituto de la realidad es el fetiche. De él se ase para no perder el control que lo llevaría al desequilibrio estructural y manifestar su angustia y agresividad.
Si la renegación es el modo de defensa que el sujeto opone a la angustia de castración, Aulagnier se pregunta acerca de qué mecanismo se hallaba en juego en un estadio anterior. La angustia de castración, en tanto que atributo exclusivo del estadio fálico, se encuentra relacionada con la irrupción en el campo del sujeto de un doble enunciado: el que revela la realidad del deseo del padre y la realidad de la diferencia de los sexos. Estos dos enunciados encarnarán para el sujeto una verdad sobre el deseo que ya no podrá dejar de tener en cuenta y que pondrá en peligro toda la elaboración fantasmática, la que apunta a conservar el mundo en el que tiene que vivir bajo la dominación del principio del placer.
Precediendo a la renegación se encuentra una primera negación que tiene como objetivo preservar a la madre como instancia suprema, a fin de salvaguardar el mito de una omnipotencia del deseo y de un autodominio del placer. El primer recurso que utilizará el niño, frente al peligro que representa para él es el hecho de tener que reconocer que el objeto del deseo materno está en otra parte y no en su propio ser, será el de negar que él pueda no representar la totalidad de lo que ella desea y, por lo tanto, que a ella le falte lo que fuere.20
Esta negación (que forma parte de la experiencia de todo individuo) será, en un segundo tiempo, refutada por la prueba de realidad que confronta al sujeto con lo que ve (el descubrimiento del sexo femenino) y con lo que adquiere como saber, o sea que existe un mundo del goce del que está excluido y que sólo por el padre la madre tiene acceso a él. Aulagnier concluye: Tal hito decisivo (la angustia de castración) implica que la diferencia de los sexos haya sido aceptada como no reversible y que haya llegado, en tanto que causa del deseo, a tomar el lugar, a suponerse a lo que hasta entonces no podía percibirse sino como una ‘falta’ no simbolizable y por lo tanto no aceptable.
La asunción de la castración exige tal simbolización y que el perverso intenta obliterar mediante la renegación. Tal como vimos en el desglose de los tres momentos del complejo de Edipo, asumir la castración presupone que a una primera formulación: “La madre fue castrada por el padre”, suceda otra totalmente diferente: “La madre es deseada por el padre y es deseante de él”. En este punto decisivo falla el perverso. Para comprender la razón, es necesario elucidar de qué manera puede tener lugar dicha asunción en el caso opuesto. Si con la formulación: “La madre fue castrada por el padre” se formula la refutación que el niño opone a la realidad de lo visto (refutación que viene a sustituir la primera negación que trataba de preservar a la madre como imagen fálica), dicha refutación condensa y yuxtapone tres enunciados que dependen uno del otro sin por eso ser idénticos.
El fetiche
Mientras que el neurótico llora y sabe de la pérdida de su objeto amado (aunque no se resigna), y el psicótico ni siquiera ha perdido nada porque nunca tuvo nada, el perverso intenta negar la pérdida o tapar la falta con su objeto sustituto. La separación individuación del niño del seno materno en las etapas de desarrollo normal se compensa con la presencia de un objeto asociado a la madre que sirve como objeto transicional, descrito por Winnicot, entre su presencia y su ausencia. A través del objeto, el niño mantiene presente en su psique la compensación para su pérdida. La estructura perversa se encontraría en la fijación en esta etapa del desarrollo.
Sustitución del Objeto
Los componentes del instinto son la fuente u órgano de procedencia, su fuerza o necesidad, un objeto y un fin. El objeto donde el instinto encuentra su fin, que es la satisfacción o equilibrio inicial por la supresión de la necesidad, son los genitales del sexo opuesto. Aunque todas las estructuras pasan perversamente por objetos sustitutos, su objeto último es utilizado. Una de las características de la perversión es la fijación en el proceso o la sustitución del objeto último natural por otro, de tal suerte que “la perversión se define clásicamente como desviación del instinto sexual” (Alzuru, n.f.). La desviación es con respecto al objeto. Aunque el fin perseguido por el instinto no se puede sustituir, es decir, siempre buscará la satisfacción aunque sea por vías alternas, el objeto sí puede ser sustituido. El perverso sustituye el objeto normal por una parte del cuerpo diferente a los genitales como una fijación en el camino normal de la realización sexual. Un dedo, un brazo, un pie, puede ser su fin sexual. O bien, un objeto asociado, como los zapatos, un cinto, el cabello, una prenda significativa para su instinto que debe estar asociada en el momento del acto sexual. La presencia de tal fetiche es lo que le brinda equilibrio a su estructura de orden perverso. El fetiche es el combustible del imaginario del perverso. Lo perverso radica en la alteración o degeneración o sustitución del objeto del instinto, más que en la maldad con la que comúnmente se asocia el término. En el mismo sentido Alzuru (n.f.) comenta con respecto a las perversiones:
“Encontramos que la perversión concierne al objeto sexual: la pareja sexual elegida puede ser un individuo del mismo sexo, muy joven o muy viejo y hasta un cadáver. El objeto sexual puede igualmente ser un animal, la ropa, zapatos y objetos del otro sexo, el perverso puede también ponerse estas vestimentas. La práctica sexual misma puede pervertirse: mostrar los órganos genitales, buscar el sufrimiento de la pareja, erotizar el propio sufrimiento, la participación de un tercero o de varios en el acto sexual, la multiplicación de estos actos, la mezcla de la orina y las heces en estos actos, etc.”
Objeto y Cosa
El objeto en psicología no es precisamente un objeto inanimado la que comúnmente llamamos cosa. El objeto es el medio por el cual la fuerza del instinto encuentra su fin y el retorno al estado de equilibrio o nirvana inicial. Como lo ha ejemplificado Alzuru, el objeto también puede ser una persona en la cual está fijado el perverso en su camino al fin sexual. Sin embargo este objeto humano no es visto como tal, sino como una verdadera cosa a la cual es capaz de manipular sin los sentimientos que normalmente despierta una persona. Lastimar, castigar, erotizar, etc. no despierta en el perverso el más mínimo sentimiento de empatía hacia su objeto. Si no es capaz de sentirse a sí mismo por el vacío psicótico que experimenta, menos de otra persona. Pero mientras el psicótico ignora todo, el perverso se da cuenta de su falta y su vacío que sólo llena fantasmagóricamente a través del sentimiento de dolor causado a los demás, sentidos como placer. El perverso sabe perfectamente, aunque se niega a verlo, que sin su objeto fetiche nada puede hacer, y que si lo abandona puede él mismo abandonarse a la rabia y la frustración al recordar su falta. Lo necesita para estar tranquilo. Es su mecanismo defensivo.
Secreto y Sorpresa
El equilibrio en la estructura perversa puede romperse y lanzar al sujeto a una conducta con rasgos muy típicos e identificables. Mientras el neurótico no puede guardar un secreto, el perverso es maestro del arte. Puede mantener un secreto de algún acto planeado hasta el momento “correcto” para revelarlo. El momento ideal es cuando revelarlo pueda causar el mayor sufrimiento en su víctima. Uno de sus aliados naturales es la sorpresa al revelarlo puesto que sin ella no podría causar el efecto esperado. Es decir, el perverso maquina planes, sin tener la necesidad de dar pistas de lo que está haciendo. Actúa muy precavidamente que nadie puede notar o sospechar de sus planes. No se altera al hablar aunque después de ello lance su comentario mordaz o su golpe maestro.
La mentira y la Cautela
En una primera etapa, el discurso perverso está lleno de adulaciones hacia su víctima. La hace creer que es incapaz de hacerle algún daño. Puede ostentarse como su aliado por bastante tiempo sin despertar la menor sospecha del objetivo de sus maquinados planes. Actúa con cautela y sin mostrar ni siquiera en los detectores de mentiras algún signo de culpa que pueda delatarlo. Su placer radica en atacar repentina y rápidamente. El sufrimiento del desprevenido y desarmado es la causa de su goce por momentáneo que éste sea. La secuencia conductual sería la adulación para elevar a su víctima para luego, sin piedad, dejarla caer repentinamente.
Reglas y Desafío
La suposición natural sería que la perversión no admite ni sigue reglas en las relaciones que emprende, o que en cuanto se enfrenta a una, inmediatamente intenta romperla. Esto es cierto en algún momento de sus ciclos de conducta. Sin embargo, si alguien es fanático de las reglas ese es el perverso. Es el primero que las promueve pero no para seguirlas sino para romperlas. Pero no es como un seudo-perverso sociopataneurótico que actúa en grupo, provoca y rompe las reglas sin ton ni son con el afán del poder. El perverso sabe perfectamente cuando hacerlo. Aunque existe la idea de que el perverso provoca y desafía, creo que el verdadero perverso no provoca para dar a conocer y desarticular sus propios planes, sino que orilla a los otros a seguir las reglas para cuando él las rompa el efecto sea verdaderamente catastrófico para su víctima: entre más sufrimiento cause, mayor será su placer. Un provocador no sería más que un neurótico o borderline jugando a ser malo. Es decir, el perverso puede ser el más grande defensor de la democracia, el líder religioso más admirado, el gran promotor del juego limpio, el más respetable vecino, donde nadie imagina hasta que ve lo contrario con sus propios ojos. Los demás no son más que caricaturas junto a él.
Paciencia y control
El perverso sabe esperar con calma hasta aprovechar el momento oportuno para llegar al momento que le brinda el mayor de los placeres que es atacar sorpresivamente a su víctima. Es capaz de evaluar la realidad, por lo tanto, es culpable de sus actos a diferencia del psicótico que actúa cegado u obnubilado porque en realidad no ve la realidad. Puede ser capaz de postergar el placer que le brindará su estruendoso golpe. No se inmuta ni cambia de color ante la posibilidad de ser descubierto, y por eso mismo no es descubierto fácilmente, a diferencia del obsesivo jugando al perverso, que cuando revela su “catastrófico” pero cantado secreto no tiene más efecto que el de un globo desinflado (Dor, 1995).
Solitud y Soledad
Por todas las características de la estructura en cuestión, el perverso no tiene otra alternativa que actuar solitario para lograr su goce. Esto no quiere decir que no conviva en grupos, pero sus planes, el secreto que guarda, la cautela, el afán de sorpresa, etc. requieren de su conducta solitaria, utilizando a los demás únicamente como colaboradores incautos de su placer perverso. El placer del que goza en momentos culminantes de su secuencia estereotipada de acciones no lo comparte. La presencia de la víctima sufriendo, cosificada, ultrajada, humillada, etc. es lo único que lo acompaña, además de la atención que los medios le pueden poner a sus actos en las notas de sociales que aluden al “desconocido” que lo hacen gozar pero nunca compartirlo. Lo anterior puede aventurarnos a suponer también una inmensa soledad en un sujeto que como los perversos clásicos intenta poner la atención sobre él a costa de otros para tener la ilusión de plenitud que no logra fraguar. Así pues, podemos ver que el secreto, el engaño, la cautela, la mentira, el desafío y la sorpresa, la vida solitaria, están íntimamente relacionados y todos actúan armónicamente como combustible para la narrativa y el imaginario del perverso. La forma de identificarlo puede hacerse sumamente difícil por los mecanismos que maneja pero de algo nos pueden servir estas características para sospechar de la presencia de la estructura perversa. Por la sustitución del objeto podemos encontrar perversiones normales en personas homosexuales, travestis, prostitutas, etc. pero creo que la atención en estas personas que han logrado un equilibrio de su estructura no tiene sentido, a menos que agredan a otros. Si somos objeto de su conducta entonces sí hay que poner atención.
El perfil perverso
Actitud demasiado rígida y sin alteraciones ante lo que pasa alrededor, comentarios de adulación con sonido sarcástico, gusto por los juegos reglamentados o demasiado énfasis en el respeto a la ley, falta de empatía, insensibilidad, misterio sobre lo que esa persona hace que todos se hacen la pregunta sin poder contestarla, maltrato a los animales sin el menor remordimiento, historias de rupturas inexplicables de “amistades”, incapacidad de alterarse ante el relato de un hecho sangriento, predilección por algún objeto de manera obsesiva, mujeres vistas como prostitutas o vírgenes, etc., pueden hacernos sospechar de la estructura perversa detrás de una sonrisa falsa .
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